La intervención de Francisco Marqués Vilaplana y Luis Rubio Marín es una búsqueda de la resiliencia a través del diálogo con el pasado, planteando un programa heterogéneo con el patio central como elemento en torno al que se organizan las aulas. El nuevo volumen, genera un acceso y una escalera vinculada al patio central, permitiendo introducir luz y ventilación en un tramo de la galería hasta ahora residual.
El nuevo gimnasio ayuda a ordenar los espacios exteriores, estableciendo un diálogo con el imponente edificio existente, al mismo tiempo que reclama su autonomía desde la contemporaneidad de su lenguaje. Los ladrillos aplantillados de la fachada, los moldurados de las pilastras, la piedra natural y el terrazo exponen la idea de renovar el edificio manteniendo el respeto con su historia.
Rehabilitación del Instituto La Rábida por Francisco Marqués Vilaplana y Luis Rubio Marín. Fotografía por Fernando Alda.
Descripción del proyecto por Francisco Marqués Vilaplana y Luis Rubio Marín
El instituto La Rábida (1932), obra del arquitecto José María Pérez Carasa, se ha visto sometido desde su inicio a una larga lista de reformas parciales, inconexas, que han derivado en la pérdida de claridad y coherencia de su estructura interna. Para revertir esta situación el proyecto interpreta desde un tiempo presente aquellos atributos tipológicos y espaciales que caracterizaban su trazado original, evitando en el proceso tanto una lectura estratigráfica de la nueva intervención como aproximaciones miméticas, anacrónicas.
El edificio se encuentra compuesto por una serie de volúmenes yuxtapuestos —que varían en función del programa que estaban destinados a albergar— ordenados a partir de un potente eje de simetría. En su estado original, este hecho se traducía en una clara diferenciación espacial entre el uso estrictamente educativo, volcado al gran patio interior, y aquellos de carácter más público (vestíbulo principal, auditorio, capilla, biblioteca y administración), concentrados en la cabecera. Las intervenciones posteriores se desviarían de esta lógica, haciendo cada vez más confuso el funcionamiento del centro, por lo que una de las primeras decisiones de proyecto será recuperar la coherencia entre estructura espacial y funcional.
Otra cuestión fundamental ha sido mejorar la relación entre el aulario y los espacios exteriores. La intervención llevada a cabo en los años setenta taponó la galería y cegó la salida existente, obligando a largos y tortuosos recorridos para acceder al patio de juegos. Como respuesta a esta situación se plantean dos operaciones complementarias: generar un acceso en el edificio de ampliación y construir frente a él una nueva escalera (en el volumen anteriormente ocupado por los aseos) vinculada al patio central. Esta actuación también permite introducir luz y ventilación en un tramo de la galería hasta ahora residual, reforzando la continuidad de la misma.
El alto grado de deterioro del patio central, elemento vertebrador del aulario, hizo que dejase de utilizarse como zona de esparcimiento del alumnado. Se plantea su recuperación como una oportunidad para ampliar sus posibilidades de uso, haciéndolo íntegramente transitable e incorporando una fuente-banco en la zona más densamente arbolada. Por otra parte, existen evidencias que sugieren que la galería perimetral no se encontraba originalmente cerrada, lo que ha conducido a reducir al máximo la presencia de las nuevas carpinterías para potenciar su condición de claustro, espacio intermedio entre el jardín y las aulas. La ventilación se resuelve mediante un sistema de lamas en la zona superior, permitiendo así que la vegetación y la fuente colaboren en el control de las condiciones de humedad y temperatura del interior.
La planta semisótano, laberíntica y oscura, era el resultado de numerosas intervenciones parciales desarrolladas a través de los años. La nueva distribución la reordena integralmente, insistiendo en la disposición axial del resto de plantas. Las dos entradas laterales (Siurot y Terrades) se conectan a través de una calle interior, resolviendo mediante suaves rampas la diferencia de cota entre ambas. De este modo se garantiza la permeabilidad y accesibilidad al edificio.
El edificio a rehabilitar, con una superficie construida aproximada de 7.500 m², alberga un programa heterogéneo que debe adaptarse con la mayor naturalidad posible a innumerables singularidades espaciales y constructivas. Para evitar que la intervención se convierta en una sucesión de episodios inconexos definimos una clara sintaxis constructiva: una vez establecida una reducida paleta de materiales se fijan una serie de reglas que determinan cómo articular el encuentro entre los diferentes elementos, lo que permite responder a situaciones diversas (e imprevistas) de manera específica dentro de una relación de continuidad. Esta elección viene dictada tanto por la necesidad de atender a requerimientos ambientales y funcionales (resistencia, mantenimiento, luminosidad, acústica, etc.) de un modo pragmático, como por el deseo de hacer resonar el renovado interior con la memoria material del edificio: con los ladrillos aplantillados de fachada, los moldurados de las pilastras, la piedra natural y el terrazo, así como los imponentes árboles del patio.
El nuevo gimnasio ayuda a ordenar los espacios exteriores, ejerciendo como articulación entre el IES la Rábida, el vecino IES Diego Guzmán de Quesada, y los diferentes ámbitos del patio de juegos. La solución material y compositiva de las fachadas establece un diálogo con el edificio existente al tiempo que reclama autonomía desde la contemporaneidad de su lenguaje.
El trazado de la nueva urbanización reconoce el eje que articula el instituto, recurriendo a geometrías curvas (recurso compositivo presente en diversos episodios del edificio: parterres del patio principal, escaleras, torreón) para potenciar la continuidad entre interior y exterior, entre lo viejo y lo nuevo. De este modo también se consigue hilvanar las diversas zonas que componen el jardín, dotando al conjunto de una cohesión de la que hasta ahora carecía.