Edulcorar nuestra inacción con un vademécum recetario de capas a las que se unen antroposfera o ahora tecnosfera, para adornar la aquiescente inacción de nuestras sociedades, o justificar lo inevitable como el proceso de una supuesta estupidez humana o falta de inteligencia de otros, me parece realmente insoportable.
Desde la declaración de Río de 1992, las reuniones de la ONU, las investigaciones de organismos internacionales y centros de estudios apuntando las inevitables consecuencias de nuestra inacción ante el cambio climático parecen no haber servido de nada ante la asunción un determinismo inexorable, fomentado por la desinformación toxica utilizada por negacionistas e intereses espurios.
Sorprende que la desinformación de quienes deberían estar bien informados, les haga ignorar que existen y tenemos sobradas herramientas legales y administrativas para reducir el impacto de la brutal acción de la naturaleza, que la solución no es “terraformar” y seguir antropizando salvajemente nuestro planeta.
Frente a la brutalidad transformadora como única solución, y a pesar de todo seguramente necesaria para poder cicatrizar este salvaje proceso transformador en el que estamos inmersos, frente a la irracionalidad de desplegar mayor músculo de testosterona, convendría revisar los consejos, avisos y estudios de las confederaciones hidrográficas, que no se atienden, que no se estiman, que simplemente se ignoran.
No podemos seguir obviando los procesos de construcción que pretenden consolidarse como procesos inequívocos de urbanización, para justificar nuestro desarrollismo o modelo actual de consumo. Se necesitan acciones rápidas para responder con extrema atención al cambio climático pero también una profunda mirada a nuestros técnicos y organismos, a los rasgos de inteligencia que todavía le queda a nuestra humanidad.