El proyecto simboliza la unión entre tradición y memoria (o un tiempo pasado), con lo mecánico y lo prefabricado (o lo que vendrá). Utilizando piedra sin tallar en largos muros, se apropia del lenguaje tradicional de los muros y vallas que identifican al municipio y, al mismo tiempo, sus grandes piezas de vigas prefabricadas utilizadas para la cubierta, reinterpretan la realidad tecnológica agraria, (con grandes molinos de viento, emergiendo entre los campos de trigo), a través de su disposición aparentemente flotante y aérea.
El trazado en planta del edificio se configura a partir de una sucesión de muros paralelos y ortogonales de mampostería dispuestos de la manera tradicional y articulados por un juego de pórticos en hormigón visto, mientras que la cubierta, conformada a partir de vigas tipo Artwind, quiere simbolizar ese otro mundo de aerogeneradores e industrialización que ya forman parte del ecosistema de Montes Torozos. La disposición de las vigas, transversal a los muros del edificio, crea un conjunto unificado que refuerza la identidad dual del proyecto.
Descripción del proyecto por Óscar Miguel Ares Álvarez
Castromonte, se ubica en la comarca de Montes Torozos, en la provincia de Valladolid. Su censo contabiliza 309 habitantes y 106 aerogeneradores. Un municipio tallado en piedra y atravesado por el Camino de Santiago de Madrid, a los pies del río Bajoz. Desde hace años, la despoblación y el paso de los años deja sin sonidos sus calles y el interior de sus viviendas. Pero, a pesar del trazo grisáceo, es una población que no se somete a un futuro incierto. Aprovechando el oro eólico, el municipio ha emprendido toda una serie de acciones encauzadas a recuperar población; entre las que están unas piscinas, parcelas municipales para vivienda, una casa de comidas o un plan para la adaptación del municipio a los personas con problemas de movilidad; entre otra serie de acciones.
Las piscinas municipales, son una síntesis de las dos realidades que identifican al municipio. Su composición, parte del diálogo que resume las dos naturalezas que conviven en el actual contexto campo-municipio que circunda el caserío, en una aparente contradicción. Por una parte, empleamos la piedra sin talla y su materialización en largos muros-cerca emulando la tradición de tapias y vallados que identifican el municipio; por otra, se ha reinterpretado la realidad tecnológica de los campos eólicos que emergen entre trigales mediante la disposición, aparentemente aérea, de una cubierta formada por vigas prefabricadas. El trazado en planta del edificio se configura a partir de una sucesión de muros paralelos de mampostería, ejecutados conforme los cánones tradicionales; la cubierta, dispuesta a partir de vigas tipo Artwind, quiere simbolizar ese otro mundo de aerogeneradores e industrialización que ya forman parte del ecosistema de Montes Torozos. Su disposición, transversal a los masivos edificios-muro, sirve para coser el conjunto, unificándolo y reforzando la identidad dual del proyecto.
Las vigas, juegan a elevarse sobre los mampuestos, abrazándose a ellos y al suelo a partir de las sombras que proyectan. Los claroscuros – y su condición atmosférica - son parte esencial del proyecto; convirtiéndose en la argamasa que debía coser lo vernáculo y lo industrializado. El recuerdo de los veranos de sombras anheladas, por las que se filtraba el sol, permanecen anclados a la memoria de mi infancia; sombras, a veces visible otras no, de distintas intensidades, en movimiento, alargándose o encogiendo, con mayor densidad o desvanecidas. Sombras que remiendan, relacionan y sustentan el conjunto.
Un proyecto que simboliza la unión entre la tradición y la memoria con lo mecánico y lo prefabricado; donde, otra vez, se teje esa preocupación porque la arquitectura sea ese punto común y eterno de equilibrios entre ingrávido y pesado, ligero y masivo, tectónico y etéreo.