Para alcanzar la idea de jardín prevista por Arturo Franco para la casa, se retiró, ordenó y clasificaron los restos de la cubierta desplomada 40 años atrás y se desbrozó y limpio los restos de los escombros de la casa. La idea era respetar el mayor número posible de silvas originales, helechos y musgos que allí habían vivido durante años.
Lo que no se pudo rescatar se saneó y se aportó nueva tierra vegetal, evitando que creciesen ortigas y plantas urticantes. Se colocó una gran viga de madera de eucalipto para romper el espacio, un columpio, una mesa el disco para cortar granito y charlar y una escalera-mirador mirando hacia el mar realizad con redondos de acero. Por último se rescató una puerta de un cementerio cercano para la entrada de acceso.
Para la renaturalización del jardín se contó con la colaboración de Ana Isabel Calo, propietaria de la casa das Camelias en Boiro, Miguel Llana, Rafael Ovalle, un reputado paisajista asturiano, y Rocio Priegue, la propietaria del vivero de Cee. Se trazó un recorrido por el Monte Pindo para recoger las especies silvestres que se introducirían en el jardín junto con las silvas y helechos que habían sobrevivido.
El Jardín de Panchés por Arturo Franco. Fotografía por Luis Díaz Díaz.
Descripción del proyecto por Arturo Franco
01. El encuentro
En octubre del año 2021 se encontró un trozo de monte impenetrable en el interior de la casa más vieja de Panchés. Un lugar junto al mar, a las faldas del Monte Pindo, al final de la infinita playa de Carnota.
El arquitecto venía de rodar 26 programas para @la2_tve llamados «Jardines con Historia» de @timezoneproducciones. Se llegó con muchas ganas de enfrentarse cara a cara con la «idea de jardín». Aquí comienza esa historia.
02. Los primeros jardines
Avanzar retrocediendo consiste en apoyarse en el arte de mirar, de desvelar, de saber copiar, de interpretar o de combinar distintas realidades hasta alcanzar otras. El primer jardinero debió fijarse en la naturaleza, en la naturaleza que quiso ser jardín y asociarse con las piedras. El Pindo y sus alrededores está lleno de jardines naturales donde el monte se abre paso sin permiso de jardineros ni arquitectos. Construcciones sin techo que acaban siendo, con el tiempo, el hogar de las silvas...
03. Las plantas del Monte Pindo
Galicia es marela (amarilla) o al menos eso dice Rocío la propietaria del mejor vivero de la zona. Si alguien conoce a los habitantes del monte es ella. Amarilla por las pequeñas flores de las Xestas o el Toxo que tiñen del color de la mala suerte estas laderas. Con sus raíces profundas no hay quien las arranque de esta tierra y si algo tiene tantas ganas de quedarse aquí, se queda. Pero Galicia también es tierra de «malas hierbas» de pinchos y urticarias. Plantas impertinentes, incómodas.
04. A rapa das zarzas
Durante los veranos en los trabajos se recogen los caballos asilvestrados para proceder al corte de las crines, desparasitarlos y curarles las heridas durante a Rapa das Bestas.
Durante el invierno y mientras las plantas duermen se comenzó a despejar el camino. Fueron apareciendo lareiras, fornos de pedra como barrigas, hinchazones en los muros, pías, lacenas, bancos y al fondo el mar del fin del mundo.
05. Las primeras intervenciones
Primero se desbrozó, limpió y vació de escombros la casa. Se retiró, ordenó y clasificó los restos de la cubierta desplomada 40 años atrás. Cientos de tejas, tierra y arqueología doméstica fueron apareciendo. Planchas, bridas, regaderas, estribos, botellas, cráneos de animales. Se respetó algunas de las silvas originales y muchos de los helechos y musgos que allí habían vivido durante años. El resto se saneó y se aportó nueva tierra vegetal. La primera primavera aquello se llenó de ortigas, un océano de plantas urticantes. La segunda primavera de una pequeña planta invasora cuyo nombre no he llegado a descubrir. Poco a poco fueron recuperando espacio las silvas, los helechos y hasta un pequeño rosal silvestre. Entonces llegó la gran viga de batea para romper el espacio. Para dejarse caer por ahí como un animal muerto y generar tensión. Una tonelada de madera de eucalipto que llevaba sumergida en la ría de Noia más de 20 años. Árbol maldito por estas tierras, pero tan querido, como el resto de malas hierbas en el jardín. Más tarde llegaron el carajo (escalera-mirador hacia el mar de redondos de acero) y el columpio (Eslinga amarilla con una piedra a modo de asiento), la mesa de disco para cortar granito y charlar y la puerta de acceso procedente de un cementerio cercano. No hay jardín sin puerta y esta tendría que ser la puerta del infierno. El resto de los elementos fueron apareciendo o se fueron asomando en busca del sol, llamando la atención como las plantas cada primavera, como los invitados de una boda, amontonados durante los primeros minutos de una barra libre.
06. Los vecinos
Cuando el jardinero permanece ausente, las plantas se liberan, lo saben y se aprovechan de su ausencia como los niños cuando se quedan solos en casa. Todo puede pasar. Pero a derecha e izquierda están los vecinos vigilantes por si algo se desmadra. Jorge que trabajó en la tierra, Ana que trajo «herba de namorar» y la planta del dinero que en este jardín de pinchos ambas duraron poco.
07. Las plantas y los expertos
Solo hay algo peor que un jardinero ausente para un jardín, un jardinero inexperto. Para solucionar ese problema fueron apareciendo Ana Isabel Calo, propietaria de la casa das Camelias en Boiro, Miguel Llana, el bancario apasionado, Rafael Ovalle (Falo), un reputado paisajista asturiano, y Rocio Priegue, la propietaria del vivero de Cee. Entre todos se diseño un proceso de renaturalización del futuro jardín. Se trazó un recorrido por el Monte Pindo para recoger de los márgenes de los senderos las especies silvestres que invitaríamos a habitar el jardín en compañía de las silvas y helechos que habían sobrevivido a nuestra llegada.
08. En el punto de partida
El tiempo se ha encargado de todo lo demás hasta llegar al punto de partida. Todo es como al principio, pero distinto.
«Uno arroja una piedra al agua: la arena se arremolina y vuelve a asentarse. La perturbación fue necesaria, y la piedra ha encontrado su sitio. Sin embargo, el estanque ya no es el mismo que antes. Los edificios son aceptados en su entorno cuando poseen múltiples maneras de hablar desde el sentimiento y la razón.»
Peter Zumthor.