La vieja cuadra se convierte en una casa que se vive como una topografía natural donde el sistema constructivo y estructural se resuelven únicamente con tres materiales, madera, acero y cinchas de camión, en colaboración con la piedra original.
Descripción del proyecto por Arturo Franco
La aldea de O Fieiro se encuentra situada en el entorno natural del Monte Pindo, conocido como el olimpo celta, una formación rocosa de granito de la que salen todas las casas tradicionales gallegas de la zona.
El proyecto contempla la rehabilitación de una pequeña cuadra para animales, una casa de labranza de 1920 construida con muros de piedra de grandes sillares de granito bien concertados, de 70-80 cm de espesor, con una cubierta a dos aguas de placas de fibrocemento apoyada sobre una estructura de viguetas de hormigón pretensadas.
La vivienda original contaba con un pasillo de acceso situado en el centro, separando dos espacios, en uno de ellos se ubicaba la cuadra para el ganado, mientras que en el otro se disponía la cocina con horno de piedra y una hornacina donde se encontraba el fregadero, bajo la ventana. Este espacio daba acceso a una planta superior, ahora derruida, a través de una escalera de piedra, donde se localizaban las habitaciones.
Contiguo a la vivienda, a noreste, hay un volumen adosado de piedra de una única planta, con cubierta a dos aguas, que albergaba un almacén. En el lado suroeste hay otro volumen integrado en el volumen principal, con dos plantas sobre rasante, la segunda planta también derruida y también destinado a almacén. Ninguno de estos volúmenes estaba conectado entre sí por el interior, disponiendo cada uno de ellos de su propio acceso desde el exterior.
La intervención para rehabilitar la cuadra y transformarla en una vivienda se basa en el concepto general de aprovechar su sistema de muros de carga que trabajan a compresión y utilizarlo como contenedor y soporte de una nueva estructura de forjados de madera trabajando a tracción.
El sistema constructivo y estructural se resuelve con tres materiales, madera, acero y cinchas de camión, en colaboración con la piedra original.
En primer lugar, se realizan aperturas de mechinales en los muros de mampostería a distintas alturas en las que se insertan tres durmientes de sección metálica. Los forjados de tablones de madera de pino se empotran en el muro de fábrica sobre los durmientes metálicos y se fijan a compresión mediante cuñas de madera.
Los forjados salvan unas luces de hasta 5,20 metros. Los tablones están sueltos, sin encolar ni machihembrar. Para darles estabilidad se dispone de cinchas de amarre que los envuelven, éstas se fijan sobre los paramentos verticales de piedra mediante un sistema de anclaje con aros de acero inoxidable, haciendo que el conjunto trabaje a tracción.
En segundo lugar, se ha conservado la cubierta original de viguetas de hormigón pretensadas y placas de fibrocemento, a la que se ha colocado encima una segunda cubierta de placas de fibrocemento apoyada sobre rastreles metálicos, para generar una cubierta ventilada. En la zona oeste se ha demolido la cubierta original para abrir una terraza en la planta superior y aprovechar así la entrada de luz natural desde esta orientación.
Toda la estructura permanece a la vista, incluido una protección en la cara inferior de la cubierta de lamas de madera maciza de pino apoyadas sobre el ala de la vigueta de hormigón.
Se han sustituido todas las carpinterías exteriores e interiores, que estaban en mal estado o inexistentes, por unas nuevas carpinterías metálicas. Y se han conservado todas las divisiones interiores de piedra, saneando los muros e incorporando nuevos huecos para conectar los espacios entre sí. Además, se han conservado otros elementos de piedra singulares, como las escaleras, la chimenea, el fregadero y una pila.
La vivienda se ha articulado en torno a dos espacios principales en doble y triple altura, conectados visualmente en todas sus diagonales y en relación constante con el exterior. En ellos se desarrolla el programa asociado con el día, como comer, cocinar, reunirse, trabajar, jugar, socializar, relajarse, etc. En el volumen integrado situado en la zona oeste, en un ámbito más privado, se sitúan los dormitorios. Finalmente, en el volumen anexo al noreste, se ha ubicado un dormitorio adicional, que es independiente de la vivienda principal.
Para conectar los espacios verticales se han conservado las escaleras originales, de peldaños formados por piedras de grandes dimensiones que descargan su peso en el terreno, como antagonista, se ha diseñado una nueva escalera de chapa metálica que parece levitar sobre el forjado de madera.
La vieja cuadra se ha convertido así en una casa que se vive como una topografía natural. Una cueva habitada por pequeños salvajes de manera poco convencional. Como en el bosque, en la naturaleza, en el Monte Pindo, uno tiene que moverse mirando al suelo, y hacia arriba, alerta, con precaución. Una casa sostenible como las casas de pueblo, sin imposturas tecnológicas.
Texto escrito durante marzo de 2020.-
“Estos días estoy construyendo una casa en la aldea, la tierra de mis antepasados, en el olimpo celta [1]. En realidad, es una rehabilitación de una pequeña cuadra para animales de grandes sillares de granito bien concertados. Casi como ocupar una cueva. Voy a utilizar solo tablones de madera de pino de Oregón de 7 cm de espesor para resolver los forjados. Ustedes se preguntarán, y por qué de Oregón y no del país. Esa es una lucha entre las polillas y yo. Las polillas sufren más del estómago con una madera que no es autóctona y eso, al menos, es ganar la primera batalla.
Los forjados tienen que salvar una distancia entre apoyos de 5,20 metros. Los tablones sueltos sin encolar ni machihembrar lo resolverán todo ayudados de unas sencillas cinchas de camión.
El carpintero que me vendió las maderas dice que no va a funcionar, el calculista de estructuras, un tipo infalible, tiene serias dudas, y yo no hago más que apelar al sentido común o lo que es lo mismo, recordar aquella frase evasiva: «Pero si Dios trabaja a tracción» … Pronto sabremos si, como escribía el viejo Oteiza, «existe Dios al noroeste» [2], o tal vez no.”
[1] Hace referencia al Monte Pindo que se encuentra en el concello coruñés de Carnota.
[2] OTEIZA, Jorge: Existe dios al noroeste, Navarra: Pamiela, 1990.
Texto escrito durante octubre de 2020.-
“Ahora la vieja cuadra se ha convertido en una casa que se vive como una topografía natural. Una cueva habitada por pequeños salvajes de manera poco convencional. Como en el bosque, en la naturaleza, en el Monte Pindo, uno tiene que moverse mirando al suelo, y hacia arriba, alerta, con precaución. Una casa sostenible como las casas de pueblo, sin imposturas tecnológicas. Muros de piedra de 70/80 centímetros, una triple cubierta ventilada de fibrocemento y madera y una nueva ventana abierta al oeste para exprimir el sol de la tarde, tan necesitado en esta tierra sin sol”.