Acaba de dejarnos, al terminar el año 2019, Don Andrés (La Coruña 1924) que fue uno de los arquitectos más importantes del siglo XX, gallego y español. Me dan envidia estos grandes dinosaurios del movimiento moderno por la seguridad en nuestra disciplina con la que asumían los encargos, seguridad en la ciudad antigua, seguridad en el restauro, seguridad en la implantación de sus enormes edificios...

La primera vez que lo escuché fue en Valencia, hace más de treinta años, mi profesor José María Lozano organizó un seminario sobre arquitectura gallega (vinieron Portela, Campos, Seares, Gallego...) y Don Andrés era un poco como el oráculo, como el Távora para los de Oporto. Más tarde, en 1994, cuando él ya rondaba los setenta años, emérito, dirigió un postgrado, “Hecho Proyectual y Praxis Profesional” que la Universidad de La Coruña impartió en el Colegio de Arquitectos en Oviedo. Yo, que ya había hecho los cursos de doctorado en Valladolid, al ver que venía este gran arquitecto me apunté y lo cursé de nuevo. De esta manera le conocí más cerca, y le llevé a cenar incluso para alargar el placer de escucharle.
Sus clases eran una delicia como saben los que disfrutaron de él en la Escuela de Arquitectura de La Coruña. Era un pozo sin fondo de sabiduría y bonhomía. Desarrolló el tema de la arquitectura y las demás artes... Nos decía que el Hombre había sabido sacar del ruido la Música, del hambre la buena Cocina, del sexo el Amor, de la construcción la Arquitectura... Era miembro, por supuesto Académico de honor, de la Real Academia de Bellas Artes de Galicia. Como otros gallegos arquitectos ilustres, De la Sota, Vázquez Molezún, López Cotelo (los gallegos también nacen donde quieren), buscaba dar emoción desde lo necesario, desde la austeridad, eliminando lo superfluo, guardar aquello que el tiempo va envejeciendo. Gallegos que abrazaron no pocas veces el brutalismo porque también la lluvia baña incesante las tierras inglesas que vieron nacer este movimiento.

Me contaba cómo, al restaurar la casa de Rosalía de Castro (hasta ahora la Rosalía más famosa), había hecho un forjado de hormigón pero forrado, como si fuese el encofrado, de madera debajo, y entonces me decía, "las viguetas no llegaban a la pared, por la sinceridad constructiva". Contención absoluta también en el parador del Castillo de Monterrey en Verín, dándonos una lección de sumisión al legado histórico.

Nos enseñó también el gran edificio acristalado de oficinas en el frente de galerías de La Coruña (cerca de María Pita, frente al de Julio Galán) tan moderno y a la vez tan integrado, donde había demolido una casona con su escudo, y con aquel hizo vaciados en hormigón, como memoria. También, seguro que ustedes lo conocen, el edificio basado en la geometría del círculo, que es la fábrica de Sargadelos. Muy bonito, acristalado, limpio el de la Coca Cola de La Coruña, como desarrollo de Mies (vean en la foto cómo hay momentos en los que la arquitectura es mucho más moderna que los automóviles). También miesiano el concesionario de SEAT en su ciudad.

En Santiago de Compostela tiene una Iglesia, la de San Fernando, que es como un semicírculo, donde la cubierta y las direcciones se elevan y dirigen al altar que es el centro, muy en la línea de aquellos años de Fray Coello de Portugal. También realizó para los Padres Pasionistas un convento y un colegio para los Padres Escolapios en la Coruña. Estaba orgulloso asimismo de su campo de fútbol de San Lázaro, en Santiago. Sus viviendas unifamiliares luchan con pendientes únicas, para seguir la arquitectura moderna en sus planteamientos volumétricos. "¿Has visto aquella que os puse? Es la mía no lo dije en la clase por pudor..." me comentaba después entrañable.

Hablamos cenando de las centrales de Vaquero y Castelao, que conocía, como no. Hizo facultades como la de Humanidades en La Coruña, que tiene un techo transparente inclinado que deja bajar la luz hacia el interior, o la de Matemáticas y Biología de Santiago que juega, como Castelao en Oviedo, con los encofrados y despieces. Lo que une a todos los arquitectos de aquella época es la increíble formación técnica que tenían.

Si pueden, como homenaje, recorran sus obras, o véanlas al menos en el libro “Andrés Fernández Albalat, arquitectura y oficio” que le dedicó la Escuela de Arquitectura de Navarra y recuerden su risa. La verdadera inteligencia siempre va acompañada de alegría. Descanse en Paz.
 
Rogelio Ruiz Fernández. 30 de diciembre de 2019, un día después.

 
 
* Imagen superior, de Andrés Fernández-Albalat Lois. En "lecciones/documentos de arquitectura", núm. 14. Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Navarra. Junio, 2008. Presentación por Rubén A. Alcolea.

Más información

Publicado en: 30 de Diciembre de 2019
Cita: "Andrés Fernández-Albalat Lois" METALOCUS. Accedido el
<http://www.metalocus.es/es/noticias/andres-fernandez-albalat-lois> ISSN 1139-6415
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