Memoria del proyecto por Martín Lejarraga
La misión del encargo del proyecto del Tanatorio arrancaba con la localización y gestión de una parcela en la que levantar la instalación; la propiedad, una empresa de seguros de ámbito local y regional, quería reforzar su cartera de clientes con la dotación de un tanatorio en la zona en la que concentra sus operaciones: el área Norte de Cartagena, entre las localidades de La Palma y Pozo Estrecho, en el entorno del Campo de Cartagena y el Mar Menor.
Así fue como comenzó todo y como aprendí la primera lección del trabajo: nadie quiere un tanatorio en su barrio.
Después de numerosos intentos de compra de parcelas disponibles en diferentes emplazamientos, en una deriva que nos alejaba progresiva e inexorablemente de los lugares más cercanos y accesibles, acabamos en el polígono industrial.
Allí seleccionamos una parcela interesante: bien proporcionada, y orientada, y estratégicamente situada, abierta al aparcamiento general del polígono y a la zona verde, en la que apenas se distinguían unos banquitos de piedra artificial y algunos cipreses dispersos, que nadie había pisado hasta entonces, pero que a nuestro terreno le aportaba valor añadido.
La segunda lección consistió en identificar e interpretar los códigos del lugar, un polígono levantado con construcciones que mantenían, a pesar de la diferente condición y escala de la actividad - productiva, expositiva, de almacenaje, comercial, etc. -, unos patrones comunes que le conferían al recinto una continuidad extraña y discreta.
La tercera lección la tenemos aprendida de antemano; apurar al máximo el presupuesto, hasta el límite de la viabilidad. Con ese objetivo se ajustó el esquema funcional del edificio para reducirlo al mínimo, con la consiguiente disminución de superficies y la consecución de una construcción exacta, abstracta y de máxima simplicidad.
Interiormente la continuidad que proporciona el color blanco y la luz natural en sus diferentes orientaciones queda matizada por la distinta dimensión y proporción de los sucesivos espacios y las texturas de los materiales que los definen.
Proyectar y construir todo el mobiliario de la capilla supuso más que una lección un doble desafío: diseñar, además de un banco, el conjunto de piezas que configuran los elementos simbólicos y funcionales de la liturgia (la cruz , el altar, el ambón, etc.), y hacerlo con un único sistema y material: tablón de madera de pino que, en diferentes combinaciones, permite resolver y acoplar todos los componentes de la sala.
Cómo reconocer en la distancia el edificio en un entorno de rótulos exóticos constituyó la última lección: apoyamos el letrero sobre el remate del plano de fachada y lo recortamos contra el cielo, sin duda esa era la mejor forma de distinguirlo desde lejos.
Apuesto a que al propio Ed Ruscha le habría gustado…