Rafael Moneo: Una reflexión teórica desde la profesión narra la historia profesional de quien buscó definir una aproximación al proyecto arquitectónico sobre una base disciplinar estable en medio de las condiciones cambiantes de su época, tomando la difícil posición de reivindicar la arquitectura como cultura y como forma específica de conocimiento.
Esta narración no solo extiende ante nuestros ojos la obra de un arquitecto en particular, sino que también refleja una parte importante de la historia de la arquitectura reciente a través de su mirada. Desde las tendencias organicistas y estructuralistas (1950-1960), los discursos italianos sobre la ciudad (1960-1970), la ansiedad teórica de los arquitectos de la costa este americana (1970 -1980), o la creación del star system global en los años 1990, la exposición muestra en seis secciones biográficas cómo Moneo resiste, refleja y absorbe estos intereses diversos de su época para conformar una reflexión cultural propia.
Descripción por Francisco González de Canales
La exposición reúne un conjunto de proyectos relevantes que recorren toda la carrera de Moneo y abordan cuestiones como qué puede ofrecer el trabajo del arquitecto a la sociedad de su época y qué tipo de conocimiento implica. La selección de materiales pone especial énfasis en la importancia del dibujo como herramienta para desarrollar su trabajo y como medio para definir su pensamiento. Acompañan a los dibujos, maquetas y fotografías que ayudan a ilustrar las obras seleccionadas.
LOS AÑOS FORMATIVOS.- La Escuela de Madrid (hasta 1968) Como joven arquitecto, Rafael Moneo comienza su carrera desarrollando el organicismo propio de la llamada Escuela de Madrid: una arquitectura funcionalista que busca nuevas formas expresivas. Esta tendencia puede apreciarse en su concurso para la Ópera de Madrid (1964), la Fábrica de Transformadores Diestre (1964-1967), la Casa Gómez-Acebo (1966-1968) o las Escuelas en Tudela (1966-1971). Entre estas propuestas, destaca la Plaza del Obradoiro (1962), donde la delicada articulación de las piezas en relación con el entorno muestra la temprana sensibilidad de Moneo por el contexto urbano.
UNA EXPRESIÓN PROPIA: Primera madurez (hasta 1976).- En su proyecto para la Cátedra de Elementos de Composición de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (1970), Moneo sitúa la Historia como el centro de su aproximación a la arquitectura, considerándola un cuerpo de conocimientos que proveen a los arquitectos de un conjunto de soluciones ya ensayadas por otros. Este nuevo modo de trabajar supondrá también el cuestionamiento de la coherencia formal de la Escuela de Madrid y la reconsideración de la composición como herramienta capaz de articular una arquitectura hecha de diferentes partes. En Bankinter (1972-1976) o el Ayuntamiento de Logroño (1973-1981) la libertad compositiva de cada una de las partes del edificio posibilita la incorporación de fragmentos de arquitecturas ya ensayadas, junto a los requerimientos del proyecto y las particularidades del contexto, todo ello sin perder la integridad del conjunto como una entidad en el tejido de la ciudad.
LA ESCENA INTERNACIONAL: Entre Madrid y Nueva York (hasta 1984).- En 1976, Moneo acepta una invitación para impartir clase primero en la Cooper Union y, un año después, en Princeton. A finales de 1970, los debates arquitectónicos en la costa este americana estaban marcados por el énfasis en la teoría y la especulación gráfica, llegando a minusvalorarse la obra construida. Aunque Moneo siempre rechazó la independencia de la teoría frente a la construcción, estos primeros contactos y su apertura a una discusión más amplia le permitieron inhibirse de algunos de los prejuicios de la comunidad más cerrada de la que procedía. De esta época es su ampliación del Banco de España en Madrid (1978-1980), donde apuesta por continuar con el lenguaje academicista del edificio existente, o el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (1980-1986), donde la arquitectura de Moneo alcanza sus cotas más altas de complejidad formal.
LA EXPERIENCIA AMERICANA: Harvard (hasta 1990).- En 1985, Moneo es nombrado director del Departamento de Arquitectura de Harvard y se traslada a vivir a Cambridge, Massachusetts, durante cinco años. Esta experiencia no solo supuso volver a tomar conciencia de la necesaria relación entre el pensamiento arquitectónico y la construcción, herencia de su formación en la Escuela de Madrid, sino también un nuevo modo de ver la ciudad y su escala. Desde mediados de 1980, sus edificios se liberan del dictado de la morfología urbana y optan por escalas más contundentes -Atocha (1984-1992) o L´Illa Diagonal en Barcelona (1987-1994)-, por convertirse en accidentes geográficos, como el Kursaal de San Sebastián (1990-1999) o, incluso, en negaciones de su contexto urbano próximo, como la Fundación Joan y Pilar Miró en Palma de Mallorca (1987-1992) o l’Auditori de Barcelona (1987-1999).
UN DESARROLLO PROFESIONAL GLOBAL: Regreso a Madrid y reconocimiento internacional (hasta 1999).- Obligado por sus proyectos en España, en 1990 Moneo da por concluido su periodo en Harvard. Empiezan entonces los años de reconocimiento internacional y la concesión de numerosas distinciones, incluyendo el premio Pritzker en 1996. No obstante, cuanto más se integra en esta escena global más deriva su discurso hacia la importancia del lugar. Para Moneo, el sitio no dicta una respuesta directa sobre la arquitectura, sino que debe ser interpretado, recíprocamente construido y a veces incluso confrontado. Proyectos como el Museo de Arte Moderno y Arquitectura de Estocolmo (1991- 1998), el Museo de Bellas Artes Audrey Jones Beck (1992-2000), la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles (1996-2002) o la Ampliación del Museo del Prado (1998-2007), están profundamente imbuidos por este espíritu que emerge de las condiciones del lugar.
LA OFICINA EN EL CAMBIO DE SIGLO: El presente de una práctica profesional reflexiva (hasta hoy) El siglo XXI comienza con nuevos reconocimientos para la carrera de Rafael Moneo, como la concesión de la Medalla de Oro de la RIBA (2003) o el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2012). En este periodo construye edificios, como el LISE para la Universidad de Harvard (2000-2007) o el edificio de los Laboratorios de la Universidad de Columbia (2005-2010), donde trata de mostrar cómo las contradicciones de un encargo y la realidad de su construcción no son un lastre para el proyecto sino, posiblemente, las principales oportunidades para el desarrollo de su arquitectura.
DE PALACIO A MUSEO. HISTORIA DE UN EDIFICIO Esta pequeña muestra, situada en el balcón mirador de la primera planta, recorre la historia del Palacio de Villahermosa a través de grabados, dibujos, planos y fotografías desde mediados del siglo XVIII hasta su transformación, en 1992, para convertirse en el Museo Thyssen-Bornemisza.
Los orígenes del palacio se remontan a mediados del siglo XVIII, cuando don Diego de Silva, conde de Galve, adquiere el caserón situado en la esquina de la Carrera de San Jerónimo con el Paseo del Prado. En 1746 la duquesa de Atri compra las tierras y edificios colindantes y encarga a los arquitectos italianos al servicio de la corte, encabezados por Vigilio Rabaglio, la construcción de un palacio rococó de dos alturas. Tras la adquisición del inmueble a finales del siglo XVIII por los duques de Villahermosa, don Juan Pablo Azlor-Aragón y doña María Manuela Pignatelli, el palacio sufre varias ampliaciones y transformaciones, que lo dotan de una tercera altura y del sobrio aspecto neoclásico que conocemos hoy.
El Palacio Villahermosa continúa siendo propiedad de los duques de Villahermosa durante el siglo XIX y buena parte del XX. Sin embargo, ya el hijo de María Manuela, Jose Antonio, XIII duque de Villahermosa, se ve obligado a alquilar parte de sus salones. Así ocurre, por ejemplo, en octubre de 1844, cuando Franz Liszt interpreta dos conciertos en los salones del entonces Liceo Literario y Artístico de Madrid, alojado en su interior.