Es curioso el caso de Wittgenstein, el más arquitectónico, que tras la primera guerra mundial se desliga de la fortuna familiar, tremendísima cantidad de una familia en la que, por ejemplo, su hermana Margarethe fue retratada por el mismísimo Gustav Klimt. Wittgenstein quería conocer la gravedad, el esfuerzo de una persona que trabaja para ganarse la vida (él, que había sido millonario desde la cuna) y se convierte en profesor de un pueblo de la montaña. También abandona esa actividad, por razones que les dejo para la lectura del libro, y se convierte (en seis meses) en arquitecto junto a su amigo Paul Engelmann a quien había conocido en la guerra, y que fue alumno de Adolf Loos. Juntos, pero con una participación decidida y obstinada del filósofo, hacen una casa en Viena para la familia de Ludwig. Los planos están firmados por ambos.
Wittgenstein hizo cambiar todo y durante la obra daba las órdenes. El autor, Eilenberger, nos dice que no es tan raro, que Kant habla de sus obras como una «Arquitectónica de la Razón» y que el Fausto de Goethe en la segunda parte de la obra, la propiamente filosófica, hace de arquitecto... Pero el filósofo buscaba una perfección en lo construido, más acorde con las matemáticas que con la construcción. Cuando ya se realizaban las labores de limpieza de la obra mandó tirar el techo de una sala para subirla tres centímetros porque así podría uno sentirse realmente a gusto... Recuerdo hace años, leyendo sus aforismos que me llamaba la atención como trataba de la belleza de una bombilla desnuda sin lámpara, que vemos en los cables vistos de su palacio. Ahora bien, parece un anticipo del minimalismo, o una búsqueda de la sobriedad, del despojo del ornamento, como su paisano Loos había escrito en Ornamento y Delito.
El edificio que acompaña a la figura de Cassirer es la Biblioteca Warburg que estaba en Hamburgo y donde el filósofo acudía con regularidad. Allí, bajo una bóveda de luz, los libros se dividían en orientación‐imagen‐palabra‐acción. Esta colección particular, que tuvo gran importancia, partió en 1933 hacia Londres con intención de vuelta nunca consumada.
Benjamin fue un escritor errante y mas que una casa concreta el autor nos lo va llevando por París, Berlín, San Petersburgo y Capri, como flanneur que era, aunque siempre con la intención de aprender hebreo e irse también hacia la tierra prometida. Eso sí, su veneración por los pasajes de París denota también una inclinación arquitectónica que dejó escrita.
Y cierro con Heidegger, que construye su casa, su cabaña, que formaba parte de la exposición y luego libro (Cabañas para pensar vista en la fundación Seoane 2011, también en Cerezales 2015 y en el Circulo de Bellas artes de Madrid) donde aparecía además la cabaña de pensar de Wittgenstein en Noruega (1914) que no recoge Eilenberger en su libro (ya que se centra entre 1919‐29). Pues bien, en este punto de la construcción de su casa por un Heidegger de 38 años, Eilenberger dice, como de pasada, algo que me ha parecido que mereció la pena el libro entero: «El habitar antecede al construir». Según lo lees, te parece un error de dislexia o traducción y, cuando lo analizas, te das cuenta de lo necesario que es sentir el lugar antes de poner la primera estaca en él, antes de desatar en tu cabeza el primer sueño de un nuevo lugar para pensar.

Ludwig Wittgenstein Walter Benjamin, Ernst Cassirer, Martin Heidegger
Wittgenstein hizo cambiar todo y durante la obra daba las órdenes. El autor, Eilenberger, nos dice que no es tan raro, que Kant habla de sus obras como una «Arquitectónica de la Razón» y que el Fausto de Goethe en la segunda parte de la obra, la propiamente filosófica, hace de arquitecto... Pero el filósofo buscaba una perfección en lo construido, más acorde con las matemáticas que con la construcción. Cuando ya se realizaban las labores de limpieza de la obra mandó tirar el techo de una sala para subirla tres centímetros porque así podría uno sentirse realmente a gusto... Recuerdo hace años, leyendo sus aforismos que me llamaba la atención como trataba de la belleza de una bombilla desnuda sin lámpara, que vemos en los cables vistos de su palacio. Ahora bien, parece un anticipo del minimalismo, o una búsqueda de la sobriedad, del despojo del ornamento, como su paisano Loos había escrito en Ornamento y Delito.
El edificio que acompaña a la figura de Cassirer es la Biblioteca Warburg que estaba en Hamburgo y donde el filósofo acudía con regularidad. Allí, bajo una bóveda de luz, los libros se dividían en orientación‐imagen‐palabra‐acción. Esta colección particular, que tuvo gran importancia, partió en 1933 hacia Londres con intención de vuelta nunca consumada.
Benjamin fue un escritor errante y mas que una casa concreta el autor nos lo va llevando por París, Berlín, San Petersburgo y Capri, como flanneur que era, aunque siempre con la intención de aprender hebreo e irse también hacia la tierra prometida. Eso sí, su veneración por los pasajes de París denota también una inclinación arquitectónica que dejó escrita.
Y cierro con Heidegger, que construye su casa, su cabaña, que formaba parte de la exposición y luego libro (Cabañas para pensar vista en la fundación Seoane 2011, también en Cerezales 2015 y en el Circulo de Bellas artes de Madrid) donde aparecía además la cabaña de pensar de Wittgenstein en Noruega (1914) que no recoge Eilenberger en su libro (ya que se centra entre 1919‐29). Pues bien, en este punto de la construcción de su casa por un Heidegger de 38 años, Eilenberger dice, como de pasada, algo que me ha parecido que mereció la pena el libro entero: «El habitar antecede al construir». Según lo lees, te parece un error de dislexia o traducción y, cuando lo analizas, te das cuenta de lo necesario que es sentir el lugar antes de poner la primera estaca en él, antes de desatar en tu cabeza el primer sueño de un nuevo lugar para pensar.

Ludwig Wittgenstein Walter Benjamin, Ernst Cassirer, Martin Heidegger