
El proyecto de Coll-Barreu Arquitectos para el Museo Reina Sofía pretende transformar el carácter del edificio sin variar su realidad física, por lo que centra la atención en dos estrategias principales. La primera supone la modificación del nuevo acceso, que responde a la permeabilidad necesaria de un museo de arte contemporáneo para ser permeable y poseer el mayor número posible de conexiones con la ciudad. La segunda consiste tanto en la reconfiguración del patio clásico como en la ampliación de los recorridos de los ascensores Íñiguez de Onzoño y Vázquez de Castro, tan característicos del edificio.
La intervención en el Museo Reina Sofía propuesta por Coll-Barreu Arquitectos pretende proporcionar una continuidad real entre el Salón del Prado, las naves abovedadas del museo y el jardín interior, consiguiendo que el museo se incorpore, tanto física como conceptualmente, al jardín del Prado. Se crean así espacios en los que disfrutar del arte cómodamente y donde experimentar físicamente la luz y la presencia de la naturaleza, gracias a la restauración de los huecos actuales, al aumento y la mejora de los accesos y a las demás estrategias conscientes y respetuosas de intervención.

Reconfiguración de las áreas públicas y accesos del Museo Reina Sofía por Coll-Barreu Arquitectos. Visualización por Coll-Barreu Arquitectos.
Descripción del proyecto por Coll-Barreu Arquitectos
El actual edificio clásico del Museo Reina Sofía es, por sucesivas vicisitudes históricas, una estructura rígida que da la espalda al Paseo del Prado y no ofrece la amabilidad urbana ni funcional que se espera de un museo de arte contemporáneo.
Para transformar ese carácter severo y acercar la Institución a una futura mejora y prolongación del Paseo del Prado ―que debería incluir una renovada Estación de Atocha, así como más áreas verdes y peatonales―, el Museo resolvió en 2022 un concurso del que resultó ganador COLL-BARREU ARQUITECTOS.
Desde el principio, la propuesta pretendió ser una intervención sin intervención. Es decir, una intervención sin la adición de ninguna nueva pieza, sin la construcción de elementos añadidos, algo realmente infrecuente en las intervenciones arquitectónicas que amplían o reconvierten edificios culturales. Las preexistencias ayudaban: la potencialidad de los viejos edificios de José de Hermosilla permite transformar su carácter sin variar su realidad física.

La Sede Principal del Museo la componen actualmente los denominados edificios Sabatini y Nouvel, el primero de los cuales fue en solitario la primera sede de la institución hasta que en 2005 se terminó la ampliación construida por Jean Nouvel. El primer edificio fue diseñado y construido por el arquitecto José de Hermosilla como parte de un proyecto de mayor alcance que debía ser Hospital General de Madrid. Tras numerosas vicisitudes sociales y políticas e intervenciones de otros arquitectos, entre los que se encuentra Juan de Villanueva, los bloques sistemáticos y sanitarios de Hermosilla son restaurados y rehabilitados en el siglo XX por Antonio Fernández Alba, cuyos trabajos permitieron que el 26 de mayo de 1986 el edificio volviera a abrir sus puertas ya convertido en Centro de Arte Reina Sofía. Al rigor académico y constructivo de Alba se unieron brillantemente en 1988 los tres exonúcleos de ascensores proyectados por José Luis Íñiguez de Onzoño y Antonio Vázquez de Castro. El 10 de septiembre de 1992, el edificio volvió a inaugurarse como Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Alba mantuvo como acceso principal del Museo el viejo acceso del Hospital General, que originariamente servía nada más que como salida de la botica al pequeño huerto de hierbas medicinales, merecidamente ascendida a primer acceso como resultado de la inexistencia construida de los cuerpos Norte del hospital. El acceso de la botica, después del Hospital General, más tarde del Centro de Arte y actualmente del Museo Nacional, se abre a la calle de Santa Isabel y actual plaza de Juan Goytisolo, un espacio urbano de compleja topografía, cerrado por edificaciones y conectado con la calle Atocha a través de dos pequeñas calles: Dr. Mata y Dr. Drumen. Las dos torres tecnológicas de Íñiguez de Onzoño y Vázquez de Castro enfatizaron ese acceso y la simetría del gran alzado del edificio, que ha funcionado como el mayoritariamente utilizado por el público y socialmente reconocido como entrada, fachada urbana e imagen pública del Museo.

Ya desde los años 80 se reconocía la necesidad ―y, al mismo tiempo, aspiración no cumplida― de integrar el Museo en el eje cultural del Paseo de Prado. Sin embargo, la severa direccionalidad de la fachada de Hermosilla, Alba, Íñiguez de Onzoño y Vázquez de Castro hacia la plaza (una plaza que no existía en el siglo XVIII) ausentó urbanamente al edificio del eje del Prado. La ampliación de Jean Nouvel, abierta al público en 2004 y 2005, acrecentó este alejamiento, puesto que los accesos a los nuevos edificios se situaron en las áreas de la manzana más alejadas del Paseo del Prado.
El proyecto de COLL-BARREU ARQUITECTOS resolvía la voluntad del Museo de, sin menoscabar ni contradecir la arquitectura precedente, orientar el edificio y consecuentemente la presencia física de la Institución hacia el eje del Paseo del Prado. Esta recuperación histórica resulta especialmente necesaria en la actualidad por la coincidencia de una serie de circunstancias: en primer lugar, las modificaciones que previsiblemente se incorporarán a la plaza de Juan Goytisolo y que dificultarían el acceso actual por la fachada de la calle Santa Isabel; también la citada reordenación urbana de todo el área de la plaza del Emperador Carlos V que prevé convertirse en un ámbito mucho más peatonal, estancial y de movimiento de peatones en continuidad con el Paseo del Prado; las renovaciones y ampliación en curso en la estación de Atocha, que previsiblemente harán aumentar su flujo de pasajeros; y, por último, un número importante y no menor de necesidades del Museo, entre las que figuran la mejora de los espacios exteriores, las áreas de atención y servicios de público, tienda, cafetería, restaurante y, por supuesto, el aumento de la superficie expositiva dentro de su propia envolvente histórica.

El proyecto traslada el acceso principal de público a la fachada que el edificio Sabatini ofrece a la plaza del Emperador Carlos V, es decir, al eje del Paseo del Prado. Actualmente, esta fachada contiene un restaurante en planta baja, el cual, por su configuración y funcionamiento, separa drásticamente el Museo de la ciudad.
El nuevo acceso por el Paseo del Prado no se diseña como una entrada representativa ―algo habitual en un museo, como el actual Reina Sofía―, sino como un sistema de accesos diseminados, acorde a la realidad del edificio, es decir, al carácter racional e igualitario de los huecos existentes en la fachada hospitalaria de Hermosilla, y también a la realidad de la sociedad contemporánea, plural, diversa en sus acercamientos e identidades y que no precisa del dirigismo de una «puerta principal». Un museo democrático de arte contemporáneo debe ser permeable y poseer el mayor número posible de conexiones con la ciudad. Los lienzos de fachada permitirían acceder, mediante la restauración de los huecos actuales, por la totalidad del perímetro.
La experiencia de acceso, uso de los servicios y lugares interiores y exteriores que ofrece el Museo al visitante (con o sin entrada), autogestión de los billetes y el concepto de las circulaciones cambian completamente con respecto al estado previo. El Museo propuesto es más funcional y transparente y permite una visita más libre, decidida por cada usuario.

Dos elementos esenciales en la nueva propuesta son la reconfiguración y consolidación del patio clásico y la ampliación de los recorridos de los ascensores de Íñiguez de Onzoño y Vázquez de Castro. Actualmente, la planta baja del edificio posee una conexión muy débil con el total, puesto que permanece invisible desde el resto de plantas y no está conectada con los exonúcleos, la principal circulación vertical del Museo. Esta planta es, sin embargo, la que permitiría la conexión del edificio con el Paseo del Prado. La nueva configuración del jardín y la ampliación del recorrido de los ascensores a la planta baja permiten que el visitante comprenda la realidad material del Museo, identifique la ubicación de las galerías, acceda con comodidad a las plantas altas y experimente físicamente la luz y la presencia de la naturaleza.
El proyecto, en definitiva, proporciona una continuidad real entre el prolongado Salón del Prado, las naves abovedadas del Museo y el jardín interior. El Reina Sofía se incorporaría, por fin, tanto física como conceptualmente, al jardín del Prado.