Su proyecto para Louis Vuitton, como no podía ser de otro modo, es una muestra que reúne toda la gama de métodos del arquitecto, códigos estéticos y modos de expresión, a la vez que parece querer representar una nueva etapa en su obra. Las placas de titanio quedan relegadas y tensiona el uso del vidrio para dar vida a su visión de un edificio que quiere ser ligero, luminoso, diseñado para destacarse y singularizarse sobre un fondo verde, el Jardin d'Acclimatation en el Bois de Boulogne, un parque de finales del siglo XIX.
Esta semana el arquitecto conseguía para sí mismo la misma singularización y destacado reconocimiento, con la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Ejemplarizante.
La singularización, conseguida por la concesión del premio, sorprendía, si entendemos los premios como reconocimientos ejemplarizantes, que una sociedad concede para destacar como referente un trabajo o trayectoria concreta. En un tiempo de dudas, en el que ahora más que nunca y vista las consecuencias de la crisis, los posicionamientos sobre lo qué debe ser y cuál es el papel de la arquitectura en nuestra sociedad están más cerca de su función social que de su representación icónica, la sorpresa ante la dudosa ejemplaridad del premio quedaba patente en las dudas del jurado al expresarse al hacer publica su decisión.
“Como todos los premios este tiene un problema y es que cuando alguien sale ganador se lo merece y se comete un acto de justicia, pero también uno de injusticia muy grande con otros" aseguraba el presidente de la Academia Española de Cine, Enrique González Macho. Por su parte, Benedetta Tagliabue comentaba "Son muchos los colegas que defender", refiriéndose a los arquitectos que optan al galardón. Reconocía, no obstante, que en el jurado suele "variar" la disciplina premiada y como quiera que en 2012 se premió al arquitecto Rafael Moneo y "hay muchas artes", entre sus preferencias había candidatos dedicados a la música, el cine y el teatro. Igualmente Elena Ochoa, esposa del arquitecto Norman Foster reconocido en su día con el galardón, se mostró también más inclinada hacia las artes visuales.
Las declaraciones posteriores realizadas por dos de los ganadores previos, Norman Foster y Rafael Moneo, eran más nítidas y comprometidas, realizando un reconocimiento claro, explícito y sin dudas del arquitecto canadiense.
Si la arquitectura fuese solo arte, expresión plástica, individual y visual, por encima de sus valores sociales y de su condición de necesidad, algo cuyo conocimiento no dependiese de la sociedad, entonces está claro que el premio ha acertado.
Final o continuidad.
Desde Santa Mónica, en Los Ángeles, Gehry admitía su especial agradecimiento por la concesión del Premio y con ello la importancia que había significado en su trayectoria la construcción del Guggenheim de Bilbao, muy por encima del valor del Premio Pritzker que había conseguido una década antes en 1989. Los premios pueden ser un trampolín de lanzamiento en determinados momentos, pero también pueden significar un punto y final en una carrera, (algo de ello parecía ocurrir en la Academia de San Fernando, hace unas semanas con la presentación de Baldeweg, Moneo y Bohigas, donde se pudo ver reflejada la incomodidad con la que se expresaban y parecían reconocerse en los vídeos que motivaban el acto), por ello Gehry se apresuraba a señalar “Que quede claro que yo sigo trabajando”.
Trayectoria.
La trayectoria de uno de los arquitectos más populares en las últimas décadas, ha sido presentada siempre desde su condición de figura individual, hecho a sí mismo. Presentado siempre como hijo de inmigrantes canadienses, Frank Owen Goldberg nació en 1929 en Toronto (Canadá), adoptando la nacionalidad estadounidense después de trasladarse en 1947 a Los Ángeles con sus padres.
En 1954 se graduaría como arquitecto. Su condición de inmigrante no es algo que solo se cuente en las historiografías, es algo que él también utiliza de manera sistemática, y así se expresaba hablando de la importancia de levantar un rascacielos como la Torre de apartamentos Beekman, en Manhattan “la ciudad a la que mi padre llegó como inmigrante”.
Nadie puede negar que la trayectoria de Frank Owen Goldberg ha sido singular incluso en su nombre. Bien sea por ser de una familia judía y sentirse discriminado de pequeño en Toronto (su condición de judío ha sido algo que ha utilizado para explicar diferentes episodios de su vida, como el besamanos de Moneo en la Catedral de Los Ángeles, por el que según él perdió el encargo), bien por que en Los Ángeles rápidamente comprendió que para triunfar una de las primeras condiciones es tener un nombre artístico para abrirse paso o simplemente porqué lo hizo coincidiendo con la adquisición de la nacionalidad, a los 25 años, la realidad es que se cambio el nombre, para convertirse en Frank Gehry.
Una trayectoria que ha ido modelando incluso con películas como la dirigida por su amigo el director Sydney Pollack en el año 2005 “Sketches of Frank Gehry” donde se nos vuelve a recordar como tenía que trabajar de conductor para pagarse la carrera, y también la forma ocurrente, caprichosa o de genio, de cómo diseña los edificios.
Su trayectoria como arquitecto tampoco es usual, no es cierto como se comenta, que se pasase décadas firmando edificios cúbicos y blancos (existe mucha demagogia sobre los edificios cúbicos y blancos). Cuando Gehry diseña su casa de Santa Mónica ya tenía 49 años en 1978 y una importante trayectoria de edificios de promotoras inmobiliarias desde la formación de su estudio en 1962, como el bloque de viviendas Harper House (Baltimore, Maryland, 1976), el Central Business District (Hermosa Beach, California, 1967) o los apartamentos de Hilcrest (Santa Mónica, California, 1962), como muestra una esplendida monografía editada por Rizzoli en 1985.
La construcción de una identidad propia queda clara, cuando tras numerosos problemas con los vecinos de la urbanización de la casa de Santa Mónica, que se negaban a admitir que el nuevo residente plantease una vivienda tan extraña y con materiales tampoco usuales (por otra parte ya experimentados en algunas obras anteriores), consigue el permiso. El riesgo asumido a sus 50 años y el cambio radical en su trayectoria como arquitecto le llevaría, pasando por el Premio Pritxker, con 70 años a la construcción del Guggenheim de Bilbao. Lo que para muchos hubiese sido el final de una vida, su obra magna (posiblemente si la más importante), en realidad para Gehry supuso una nueva juventud, una nueva etapa en su vida.
En los últimos años se le ha criticado por auto-repetirse así mismo, y ser victima en parte del efecto Guggenheim, y seguramente algo de eso hay en las viviendas Dansat de Praga, en las Bodegas Marqués de Riscal en La Rioja, en el Walt Disney Concert,… o incluso en el rascacielos de Manhattan y en la Fondation Louis Vuitton, pero también lo hay de riesgo y de brillantez.
Por tanto, si se trata de reconocer la excepcional trayectoria de un arquitecto como Frank Gehry, no hay duda que el premio es un reconocimiento afortunado y merecido, si por el contrario los premios deben ser modelos a seguir e imitar, para que la sociedad que los otorga encuentre salidas y mejore sus necesidades, en ese caso yo tengo serias dudas.