El resultado final de esta buhardilla se resuelve como una gran habitación con características lumínicas, espaciales y térmicas, y se crea un ambiente unitario y continuo que se puede modificar al cambiar de una estancia a otra.
Descripción del proyecto por Gon Architects
Desde que en 1993 Manuel, un periodista amante de la música rock y de la ópera casi tanto como de redes sociales como Instagram, compra y se instala en una buhardilla de 30 metros cuadrados en el madrileño barrio de Lavapiés, la configuración del espacio no había sido modificada. Bajo un techo inclinado de vigas de madera vistas sin ningún tipo de aislamiento que hacían de la buhardilla un lugar algo sombrío y poco ecológico, la casa incluía dos muros de carga que la segregaban en tres estancias (salón-cocina-comedor, cuarto de baño, dormitorio)y una terraza semioculta e infrautilizada.
Fue a finales de 2020, en medio de la pandemia, cuando Manuel, sin duda influido por la limitación vital que a todos nos supuso el confinamiento, se decidió a hacer una renovación total y radical de su vivienda. Se puso en contacto con nosotros y nos pidió una inyección de optimismo doméstico.
Cuando llegamos tuvimos muy claras las acciones de transformación de este espacio en uno nuevo. Se resumen en tres palabras: demoler, perforar y equipar. Se elimina el muro de carga entre el dormitorio/terraza y el salón/cocina/comedor para generar unidad; se realizan nuevas perforaciones en la cubierta para introducir la mayor cantidad de luz natural posible, y se equipa el perímetro de la casa con un nuevo sistema de almacenaje de suelo a techo, cubriéndolo con espejos para hacerlo desaparecer. Tres operaciones tan claras como precisas, de mínima energía y máximos resultados.
La respuesta es una casa luminosa, despreocupada y cómoda, adjetivos intrínsecos a una casa de playa. De pocos materiales aunque muy bien elegidos: cerámica, pintura y espejo.
La imagen final de la buhardilla es una gran habitación cualificada, espacial, lumínica, térmicamente eficiente y con una atmósfera que se puede modificar, convirtiendo la estancia en una escenografía que se abre y se cierra según el estado de ánimo, como se abre y se cierra el telón de un teatro; un ambiente unitario y continuo, y aun así cambiante si se desea, donde el paso de una estancia a otra se produce de forma líquida, con la referencia de los distintos (y pocos) muebles que la configuran (una mesa, tres sillas, una lámpara, una butaca y una cama), y donde el denominador común es el suelo: una pintura de poliuretano azul Klein que recorre toda la casa, como si de una alfombra marina se tratara, contribuyendo a difuminar los límites entre el interior/exterior, lo público/privado, lo abierto/cerrado.
Las acciones de descanso y relax tienen lugar, metafóricamente hablando, en una cueva: un umbral lacado en gris marengo desde el que, en posición horizontal, se puede mirar el cielo de Madrid tanto de día como de noche, y donde, al fondo, se disponen tres franjas leds de distintas longitudes que son un homenaje al artista estadounidense Dan Flavin.
La terraza, que se une con el interior a través de una pared de cerámica girada 45 grados, se convierte en una habitación más que introduce luz y ventilaciónen la que hay un banco del mismo material que invita a tumbarse a echar la siesta las tardes de verano, comer con los amigos o simplemente sentarse a leer.
Beach House es una casa de playa en el centro de una ciudad sin mar para una persona que vive sola, un espacio que se disfruta especialmente en soledad, algo que, como en la canción sobre el tiempo y el silencio de la cantante caboverdiana Cesárea Évora, es un volver a empezar.