Isaac asimov nace en Rusia en 1920 y muere en Nueva York, en 1992. Los Propios dioses es un libro que leí con 15 años, y cuando me preguntan por mis tres libros preferidos sin duda lo nombro. Relata tres historias en principio sin relación que terminan dándose unas a otras un sentido completo. Cada una describe un mundo, distintos en cuanto a la percepción del espacio. Hoy en METALOCUS compartimos un extracto de la última de las tres partes, que se desarrola en la Luna. La vivienda de Selene, de ventanas desplegables y panorámicas, a través de las cuales se observa el paisaje que forman las estrellas. Y el tubo-estadio en el que se practica ingrávidamente el famoso deporte lunar.
"La vivienda de Selene era pequeña, por supuesto, y compacta; pero también caprichosa. Las ventanas eran panorámicas, escenas de estrellas que cambiaban con lentitud y al azar, sin tener ninguna relación con cualquier constelación real. Cada una de las tres ventanas podía ampliarse telescópicamente cuando Selene así lo deseaba. Barron Neville detestaba aquellas vistas. Solía desconectarlas con gesto salvaje y decir:
- ¿Cómo puedes soportarlo? Eres la única persona que conozco con el mal gusto de tener eso. Para colmo, todas estas nebulosas y constelaciones ni siquiera existen.
Selene se encogía de hombros con indiferencia y replicaba
- ¿Qué es la existencia? ¿Cómo sabes que las otras no existen? Además, me da una sensación de libertad y de movimiento. ¿No puedo tenerlo en mi propia vivienda, si se me antoja?
Entonces, Neville murmuraba algo y trataba de situar los mandos donde estaban antes, y Selene exclamaba
- ¡Déjalo!
Los muebles tenían curvas suaves y las paredes estaban decoradas con dibujos abstractos, en tonos apagados y discretos. No había ninguna representación de algo que pudiera considerarse vivo.
- Las cosas vivas están en la Tierra - solía decir Selene -, no en la Luna."
.../...
"Se apoyó en la baranda.
- A esto lo llaman el terreno de juego de la Luna.
El terrestre miró hacia abajo. Era una gran abertura cilíndrica de paredes lisas y rosadas, con barras de metal dispuestas de un modo que se antojaba casual. A intervalos surgía una barra del cilindro y algunas alcanzaban la pared opuesta. Tendría unos ciento cincuenta metros de profundidad por quince de anchura. Nadie parecía dedicar una atención especial al terreno de juego ni al terrestre. Algunos le habían mirado con indiferencia al verle pasar, advirtiendo que iba vestido y observando la disparidad de sus rasgos, pero en seguida desviaron la mirada. Unos cuantos saludaron con la mano a Selene antes de volverse, pero todos se volvieron. La actitud de indiferencia, por casual que fuese, no podía resultar más evidente. El terrestre contempló la abertura cilíndrica. Al fondo se veían unas figuras esbeltas, achatadas al ser vistas desde arriba. Algunas lucían una franja de tela roja, otras azul. «Dos equipos», pensó. Era obvio que las franjas cumplían una función protectora, pues todos llevaban guantes y sandalias, y bandas protectoras en los codos y en las rodillas. Algunos también las llevaban en las caderas o alrededor del pecho.
- ¡Oh! - murmuró -. Hay hombres y mujeres.
Selene dijo:
- En efecto. Los sexos compiten en igualdad de condiciones, pero se trata de evitar el movimiento incontrolado de partes que podrían obstaculizar la caída dirigida. En esto hay una diferencia sexual que también implica la vulnerabilidad al dolor. No es modestia.
- Creo que he leído algo sobre este juego - observó el terrestre.
- Es posible - dijo Selene con tono indiferente -, aunque no se publica gran cosa. No es que nosotros nos opongamos; es el gobierno de la Tierra, que prefiere dar el mínimo de publicidad a la Luna.
- ¿Por qué, Selene?
- Usted es un terrestre, y lo ha de saber... Nosotros tenemos la teoría de que la Luna resulta incómoda para la Tierra, o al menos para su gobierno. Ahora, por ambos lados del cilindro, dos personas ascendían rápidamente y, a lo lejos, sonaba un ligero redoble de tambores. Al principio, parecían que subían por una escalera, peldaño tras peldaño, pero su rapidez iba en aumento, y cuando llegaron a medio camino, sólo tocaban las barras al pasar, haciendo un ostentoso ruido de palmadas.
- En la Tierra no se podría hacer con tanta agilidad - dijo el terrestre con admiración -. Mejor dicho, sería imposible - rectificó.
- No es sólo la escasez de gravedad - observó Selene -. Inténtelo, si quiere comprobarlo. Requiere infinitas horas de práctica."
Los Propios dioses. Extracto. Isaac Asimov.