La Europa –y el mundo– posterior a la Segunda Guerra Mundial vio nacer una pintura radicalmente distinta a la del periodo de entreguerras. Al cubismo, los expresionismos o el surrealismo les sucedió una forma de pintura que precisamente se cuestionó pictóricamente y de un modo muy radical su "forma". A ese "otro" arte, conocido desde entonces como "informalismo", dio voz ya desde 1952 el crítico francés Michel Tapié en su libro Un art autre [Otro arte], desde cuyo subtítulo, Où il s'agit de nouveaux dévidages du réel [Cuando se trata de nuevos vaciados de lo real], ya se avanzaba el deseo por parte de su autor de tratar de las nuevas formas, de los nuevos dévidages [vaciados] que habían acontecido a lo real. La pintura de postguerra en toda Europa, en efecto, había empezado a servirse de "otros" materiales, de baja extracción y muy distintos a los nobles y convencionales materiales de la pintura: arenas, yesos, cartones, papeles, arpilleras, trapos y tejidos y toda clase de residuos y despojos; los artistas los utilizaron combinándolos, fragmentándolos, destruyéndolos o construyendo con ellos sobre el lienzo superficies y masas –en ocasiones muy densas– de materiales heteróclitos de apariencia informe o deformada, trabajados de formas también nuevas: con las manos, con espátulas y paletas; embadurnándolos, cosiéndolos, rasgándolos, pegándolos (y despegándolos), manchándolos o pintando con ellos. Los gestos de la pintura, en fin, cambiaron tanto como sus materiales y sus soportes, porque su tema había pasado a ser ella misma y sus formas –o sus deformaciones–.
Naturalmente, esa transformación de la pintura no respondía solo a experimentos formales: el deseo por hacer otro tipo de arte por parte de los pintores informalistas no fue, por supuesto, en absoluto ajeno a la experiencia universal de la guerra, porque, de una manera muy visible, la guerra –esta vez verdaderamente "mundial"– había dado prácticamente a todo el globo, desde Europa a Japón, otro "vaciado". Literalmente, la potencia destructora de la guerra había hecho pedazos, desfigurándola y deformándola, la fisonomía material y espiritual de todas las formas civilizadas, desde las de los seres humanos hasta las de los monumentos, las ciudades, los pueblos e incluso las de la propia naturaleza.
Ni el arte podía obviar esa destrucción ni tampoco quiso tratarla con formas del pasado. Tras la contienda, rotas las formas de lo real, pintores y fotógrafos buscaron nuevas posibilidades plásticas: el canon de las vanguardias había sido, de algún modo, una víctima más del conflicto. Responder al holocausto y a los campos de exterminio y trabajo, a Auschwitz y a Siberia, a Hiroshima o a las fotografías que la prensa gráfica y los documentales publicaban sobre los horrores acontecidos –masivas masacres de civiles, bombardeos incendiarios sobre Londres y Berlín o sobre ciudades con poca o ninguna importancia militar como Coventry, Dresde o Hamburgo, deportaciones en masa, desolación, muerte y destrucción– no era tarea fácil; pero tanto la pintura como la fotografía se aplicaron a ello con obras que aún hoy impresionan y conmueven.
Y sin embargo, es muy posible que hoy, setenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial –cuando la memoria ya no está viva y apenas hay testigos oculares de la catástrofe–, esas deformadas y abstractas formas del arte al ser expuestas sean percibidas, sobre todo "formalmente", como una corriente pictórica más que añadir a la historia del arte, separada (como es propio no solo del paso del tiempo, sino del espacio expositivo) del terrible contexto al que respondía y al que se sobrepuso con gestos de una fuerza casi sin precedentes. Por eso, la exposición LO NUNCA VISTO. De la pintura informalista al fotolibro de postguerra (1945-1965) presenta la pintura europea de la postguerra –y hasta mediados de los años sesenta– junto a la fotografía de esas mismas décadas, con la pretensión de que el espectador se sumerja en el contexto histórico del momento y pueda entender la ruptura que los artistas llevaron a cabo tras la contienda.
La exposición presenta ciento sesenta obras, documentos y filmaciones procedentes de diversas instituciones y colecciones públicas y privadas, nacionales e internacionales como la Fondation Gandur pour l'Art de Ginebra, el Centre Pompidou, la Pinacoteca di Brera, el Museum Folkwang de Essen, la Colección Dietmar Siegert, la Fundación Foto Colectania, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Thyssen-Bornemisza o el Museu d'Art Contemporani de Barcelona, entre otras.
LO NUNCA VISTO. De la pintura informalista al fotolibro de postguerra (1945-1965) establece una relación estrecha entre pintura y fotografía gracias a un tipo de fotografía que insinúa planteamientos paralelos a los de la pintura, con trabajos como Chizu–The Map [El mapa] de Kikuji Kawada; además, pone de manifiesto la relación existente entre la abstracción europea de postguerra y los artistas de la Subjektive Fotografie alemana, con fotógrafos como Hermann Claasen, Helmut Lederer, el propio Otto Steinert o el español Francisco Gómez, así como al fotolibro y a la fotografía que se mueve en el ambiguo territorio del documento fotográfico y la forma artística.
En pintura, la muestra compagina la presencia de artistas y fotógrafos de reconocido prestigio (Pierre Alechinsky, Karel Appel, Alberto Burri, Jean Fautrier, Jean Dubuffet, Georges Mathieu, Pierre Soulages, Wols o los españoles Antonio Saura, Rafael Canogar, Manolo Millares, Fernando Zóbel, Gustavo Torner o Luis Feito, entre otros muchos) con magníficos artistas desconocidos (Natalia Dumitresco, André Marfaing o Georges Noël), entre los que además destacan un vigoroso grupo de artistas checos (Jan Klobasa, Jan Kubíček, Pavla Mautnerová o Jiří Valenta) que vienen a representar la vigencia de la respuesta informalista desde aquella parte de Europa que, al acabar el conflicto, quedaría cortada en frío y separada en otro bloque, bajo el dominio soviético.
La exposición incluye también obra de Wolf Vostell y de los pintores del Nouveau Réalisme francés (François Dufrêne, Raymond Hains, Mimmo Rotella o Jacques Villeglé, entre otros), cuyos décollages de carteles publicitarios sobre cine, política y comercio anticipan –como en una especie de negativo fotográfico de lo que enseguida sería el pop– el cambio de conciencia que advendría en Europa a partir de mediados de los años sesenta, y que se materializaría en formas artísticas más bien celebratorias de una realidad social que había pasado de las privaciones de la postguerra al ambiente fuertemente impregnado por el consumo y la publicidad, el propio del capitalismo global, la economía social de mercado y el estado del bienestar, en el que hoy seguimos viviendo.