Hace año y medio, con motivo de la Bienal Iberoamericána en Medellín, asistí a la presentación de un profesor que había puesto a sus alumnos como ejercicio de curso la realización de un hotel de lujo en las favelas. Con cierta razón, quizá no en las formas, parte de los asistentes vieron en el ejercicio, más que una retórica formal o docente, una falta de criterio y desconocimiento de una realidad cuyas cifras de marginalidad, pobreza y exclusión social deberían ser alarmantes.
La crítica realizada por los asistentes, en aquel Congreso "Ciudad Abierta. Medellín", estaba dirigida a esa visión que presenta el mal llamado mundo occidental o del norte, una visión entre paternalista, desinformada y excesivamente retórica, que con narrativas supuestamente arquitectónicas están tan alejadas de la realidad que ofenden indiscriminadamente a quienes tienen que trabajar a diario por mejorar las condiciones de estas zonas urbanas.
Hace poco un máster de arquitectura repetía el experimento y proponía a sus alumnos la reconstrucción de un slum en el patio de su Universidad. El resultado fue un slum de caricatura, con una escenografía que presentaba una imagen entre grotesca y trágica.
La imagen del slam, favela o área deprimida, es usada en miles de proyectos enmascarados con supuestos andrajos arquitectónicos a cuyo interior muchas veces ni la conocida clase media tendría acceso dado el alto nivel de los acabados interiores de estas viviendas "enmascaradas".
No es sólo un problema de argumentario estilístico o formal, también se reproduce el mismo esperpento entre los palmeros de narrativas de políticas de desobediencia civil blanda, igualmente desacertadas y que distorsionan realidades, que reblandeciéndolas pretenden ser digeribles a las acomodadas clases medias de arquitectos del mundo occidental. Las revueltas de Turquía o de Londres hace dos años (por no recordar siempre a los igualmente recientes, 15M o la primavera árabe) son situaciones de opresión y de estallido social con una problemática lo suficientemente sería y profunda como para no banalizar con ellas.
Así que como comentábamos al inicio, el hecho de que la última y más sonada manipulación consista estos días en la realización de una zona de descanso en la feria de arte "Art Basel" simulando una favela, en una de las ciudades más ricas de Europa y del mundo, vuelve a ser irritante. Uno no sabe muy bien si esto obedece al afán de enriquecimiento de los promotores de la Feria por ahorrarse unos pocos euros o a un afán real de dar una oportunidad a jóvenes artistas, arquitectos… (y a veces no tan jóvenes). Mientras, la realidad es mucho más contundente y en el interior de un edificio cercano todo es glamour y riqueza, donde las obras del mercado del arte se venden por millones de euros.
Las comparaciones siempre son odiosas pero qué lejos queda el recuerdo en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2010, donde la intervención de un grupo de arquitectos de Suiza y del Reino de Bahrein recibían el León de Oro a la mejor participación nacional con una intervención para recordar, inteligente y resultado de un profundo y amplio proyecto de investigación. Qué diferencia y qué lamentable la imagen de este año con el "Favela Café" de Art Basel, una intervención que más parece el diseño de una adormidera para lavar conciencias y enmascarar la falta de compromiso social.