El cuento ilustrado propuesto por OOIIO para el Pabellón Español de la Bienal de Venecia 2016 aporta otro punto de vista al actual drama humanitario de los refugiados. La historia pone en relación dos situaciones a primera vista, no relacionadas: el panorama de la construcción en España durante la última década con las necesidades de los inmigrantes. Tras la lectura podemos reflexionar sobre sobre la defensa de la profesión mediante el trabajo colaborativo y sobre cuál debe ser el punto de vista del arquitecto español sobre los asuntos que le afectan como profesional y ciudadano.

A continuación, el cuento ilustrado por OOIIO.-

En el País de la Arquitectura todo era felicidad y armonía. Los movimientos arquitectónicos sucedidos a lo largo de los siglos habían construido una sociedad ideal, perfecta, gracias al sabio manejo de los órdenes y las geometrías de los arquitectos dirigidos sabiamente por el todopoderoso Consejo Superior.

En el País de la Arquitectura la sociedad se organizaba en cuatro tipos de individuos perfectamente ordenados y catalogados en grupos de trabajo: Promotores, Obreros, Usuarios y Arquitectos.

Los Promotores eran las personas ambiciosas que, a pesar de ser los que menos respetaban a la Arquitectura, resultaban necesarios porque la satisfacción de su ego era motor del resto de la sociedad.

Los Obreros eran los más fuertes y los que mayor habilidad física tenían. A la Arquitectura también la consideraban secundaria, aunque en el fondo les encantaba el olor a hormigón fresco y el acero al soldarse.

Los Usuarios eran aquellos que, a pesar de admirar la Arquitectura, se sentían incapaces de hablar con ella.

Por último, los Arquitectos eran la clase superior, el estrato social más elevado, ya que desde el principio conectaron, entendieron a Santa Arquitectura y fueron los únicos capaces de dialogar con ella. Este orden social fue sabiamente ordenado durante milenios por el Consejo Superior y su ejército de Arquitectos.

Un mal día, en el País de la Arquitectura no salió el sol. Nadie lo esperaba, nadie sabía por qué, pero todo quedó en penumbra. Una crisis implacable y voraz se presentó cubriéndolo todo sin avisar. Ni el Consejo Superior ni su ejército de Arquitectos se dieron cuenta de que la crisis acechaba agazapada desde hacía meses preparando su ataque. ¡Estaba allí, delante de sus narices! escondida tras montañas de planos de multitud de proyectos. Observándolos, estudiándolos, hasta que asestó su mortal y fugaz ataque.

La noticia cayó como un jarro de agua fría sobre las vidas de todos los habitantes. Fueron unos años de quiebra y ruptura de sueños. El sistema económico se hundió. Miles de obras se pararon dejando esqueletos arquitectónicos por todas partes.

Los Promotores, otrora fanfarrones e insaciables, caían inexplicablemente en depresión y vagaban por las calles con la mirada perdida. Ya no querían proyectos.

Los Obreros no tenían nada que construir, se debilitaban, perdían su vigor y su fuerza. Morían poco a poco de hambre.

Los Usuarios se organizaron y se alzaron en armas contra el Consejo Superior, culpándolos de haber estado preocupados sólo de honrar a la Santa Arquitectura, descuidando la defensa del país.

Los Arquitectos, aterrorizados, primero corrían de un lado a otro despavoridos y luego, muestra de su desesperación y resultado de su realidad incierta, abandonaron el País de la Arquitectura, cayendo en manos de piratas y corsarios que aguardaban al otro lado de las fronteras. Sólo unos pocos se quedaron malviviendo entre las tristes calles urbanizadas sin edificios.

Pasó el tiempo y el País de la Arquitectura se acostumbró a la decadencia y al sometimiento a la crisis. La gente subsistía como podía a base de ingenio y picaresca. El Consejo Superior estaba totalmente abatido y el ejército de Arquitectos diezmado y derrotado. Nadie honraba ya a la Santa Arquitectura, sólo unos pocos, a escondidas, leales a su autoestima, lo seguían haciendo por las noches en los rincones más apartados.

Fue precisamente ahí, en una de esas sesiones clandestinas cuando los últimos arquitectos decidieron armarse de valor y preguntar directamente a la Santa Arquitectura, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado? La Santa  Arquitectura, con esa calma que le da siempre la armonía y el orden, respondió: cuando construíais no me honrabais a mí, honrabais al mercado y al ego del promotor. Yo sirvo para dar protección y cobijo al usuario, para ordenar y motivar a la sociedad en torno a las construcciones.

Por otra parte y en otros países lejanos, en aquellos años había guerras terribles. El País de la Arquitectura no las sufrían directamente, pero se oía hablar de decenas de miles de Refugiados huyendo de conflictos y buscando un país que los quisiera acoger.

El Consejo Superior decidió ocupar las inmensas urbanizaciones vacías con esas dos multitudes en movimiento - Arquitectos y Refugiados - y llenarlas de productividad. Para preparar su llegada se instalaron dos dispositivos arquitectónicos efímeros y estratégicos.

Por un lado, una tienda de campaña escondida bajo un templo griego en la que se les prometía a los Arquitectos trabajo y reflexión. Esta tienda pretendía atraer el talento de todos los arquitectos listos para huír del País de la Arquitectura.

Por otro lado, una serpenteante fila que buscaba ralentizar el fuerte deseo de los Refugiados por ser acogidos. La fila es su espera.

Los Arquitectos comenzaron por construir dos torres muy altas y una gran plaza central. Situaron las torres en las esquinas de los vastos territorios urbanizados, porque esa era la posición desde la que mejor se dominaba el lugar. Estas torres las utilizarían los arquitectos para desde allí reflexionar, pensar, analizar y diseñar las nuevas construcciones con las que honrar a Santa Arquitectura, los nuevos edificios con los que acoger a los refugiados.

Las dos torres están separadas y colocadas en esquinas opuestas para así obligar a comunicar las decisiones que se tomaban en una de ella a la otra mediante grandes altavoces. De esta forma los refugiados podían seguir las decisiones de los arquitectos mientras labraban las tierras. Si les parecía bien lo que los arquitectos decidían, los refugiados seguían con su rutina normal. De lo contrario, se iban todos inmediatamente a la plaza central para manifestarse. De esta forma el diseño de los arquitectos se hizo participativo.

La gran plaza se situaría justo en medio de la ciudad vacía, su función era la representación del poder, y allí nunca se erigiría una iglesia, un ayuntamiento o un mercado, sólo habría gente, un espacio para todos y total-mente abierto. La plaza acogía la fuerza del pueblo.

A los refugiados se les concedieron los derechos de explotación de las vastas superficies de campo que quedaron atrapadas por las redes de infraestructuras inútiles. Al fin y al cabo si aquello fueron campos fértiles un día ¿por qué no volver a serlo de nuevo?

La nueva sociedad comenzó a llenarse de optimismo e ir confiando en que un nuevo orden era posible.

Los arquitectos desde sus torres, trazaban las líneas de lo que serían los campos de los refugiados. Los Refugiados, por su parte, consiguieron que estas tierras volviesen a ser productivas.

Los Refugiados, al labrar la tierra, también echaban raíces en ese terreno, regado ahora con el sudor de su frente. Un día, se reunieron todos en la gran plaza central y decidieron que ya no llamarían nunca más a sus países arrasados casa y que casa sería desde entonces aquel lugar que les permitía prosperar y tener un futuro.
 
Los Arquitectos, por su parte, descubrieron el inmenso poder que la Santa Arquitectura les otorgaba cada vez que la honraban desde el buen camino. Si trabajaban para y con los usuarios, si jugaban correctamente con la luz, si utilizaban los recursos justos sin despilfarros, la Arquitectura les recompensaba con un entorno social más próspero y estimulante, que a su vez hacía que nuevos proyectos fuesen siendo necesarios y demandados cada día.

Las construcciones que los arquitectos diseñaban para los refugiados eran en un principio destinadas a satisfacer las necesidades más básicas de vivienda y trabajo. Un techo para cobijarse de las inclemencias del tiempo y unas naves para conservar los productos agrícolas cosechados y proteger los aparejos con los que labrar el campo.

Como no querían que la arquitectura de la nueva y próspera sociedad se vulgarizase y que una nueva crisis devorase el mercado en el futuro, decidieron protegerse y monumentalizar las construcciones que realizaban para los refugiados.

Los Refugiados, por su parte, veían esas construcciones monumentalizadas con cierto desprecio. Ellos no lo entendían, pero la monumentalización tenía un enorme sentido para los arquitectos. Un plan oculto se escondía detrás de cada una de sus tiendas de campaña. Para recuperar todo aquello que había sido olvidado durante la crisis, los arquitectos decidieron estudiar a los clásicos y recuperar la esencia perdida y última de su trabajo.

Tras derrotar a la oscura crisis, los antiguos grupos sociales en los que se organizaba el País de la Arquitectura se fueron recuperando poco a poco aunque nunca sería igual que antes. Promotores, Obreros, Usuarios y Arquitectos volvieron con el tiempo a jugar sus roles, pero el poder del Consejo Superior ya no era el mismo.

La revolución de los Usuarios en contra de los poderes establecidos había hecho que el antiguo orden social se cuestionase de arriba abajo. El pueblo tenía la sensación de que la vieja política les había fallado, no querían volver a caer en las garras de una nueva crisis y se abrazaron a nuevos líderes que aparecían por todas partes prometiendo volver a vivir en una arcadia feliz, aunque esas promesas no fuesen más que palabras bonitas sin fundamento alguno, de dudosa aplicación real. El pueblo quería cambio, a cualquier precio.

El nuevo urbanismo basado en una arquitectura al servicio de la sociedad estaba teniendo tanto éxito que rápidamente comenzó a generar mucha riqueza y prosperidad en el País de la Arquitectura.

Los Promotores, desaparecidos durante la crisis, recuperaron lentamente su ambición y entusiasmo, y al darse cuenta de la escasa fuerza de poder establecido y el desencanto social post crisis, vieron una oportunidad para asestar un golpe de estado y tomar el control del País.

Abusando de las riquezas y la nueva estabilidad, consiguieron, sin mucha oposición, promover la construcción.

Comenzaron por edificar en los solares en esquina donde los Arquitectos habían levantado las dos torres, apartando los Arquitectos del control. Callada la voz de los arquitectos, se dejó de honrar a la Santa Arquitectura a partir de entonces, y las construcciones volvieron a ser vulgares y aburridas. Ya no impulsaban el entusiasmo social del pueblo, sino que alineaban y encasillaban a la gente en sectores socioeconómicos predeterminados por los Promotores para controlar el valor de sus promociones.

El siguiente paso fue edificar sobre la plaza central, antes fuerte y acogedora. Se acabó así con el diseño participativo. Construyendo sobre ese espacio central y emblemático, el mensaje de los promotores era claro, un nuevo orden había nacido.

Se prohibió honrar a la Santa Arquitectura, y se promulgó como religión oficial del Estado el culto a los Mercados. Aquello supuso el fin del urbanismo que promueve la cohesión social o el respeto por el medio ambiente. Ahora las construcciones se levantaban sin importar si los materiales eran los más adecuados o si los edificios respetaban su entorno. Se construía utilizando tablas de Excel, cuadrando datos. Sólo interesaba que el “producto” como llamaban los Promotores a los nuevos edificios, se vendiese rápido y bien.

Los Obreros se adaptaron fácilmente a este nuevo régimen, al fin y al cabo a ellos tampoco les interesaba mucho la adoración a la Santa Arquitectura, sino el olor a hormigón y acero.

Los Usuarios, aunque les gustaba la Arquitectura, tampoco eran capaces de hablar con ella, por lo que fueron fácilmente convertidos por los promotores a la adoración de los Mercados y a las edificaciones anodinas y aburridas.

Los Arquitectos desolados y marginados no pudieron más que reconocer su derrota y adaptarse al Nuevo Régimen impuesto. Ellos ahora también adoraban al Dios de Los Mercados.

Y así fue como la Arquitectura desapareció del País de la Arquitectura. Así fue como las ciudades se volvieron impersonales y aburridas, como las desigualdades sociales se agrandaron y unos pocos acumularon la riqueza a costa del trabajo de todos los demás. El medio ambiente se degradó provocando un gran cambio climático de consecuencias catastróficas.

Cuando la Arquitectura muere, la humanidad vive peor.
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Joaquín Millán Villamuelas, Gaetano Carambia, Alejandra Sánchez Vázquez
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Joaquín Millán Villamuelas es arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, ETSAM. Tras trabajar y aprender de algunos de los arquitectos más importantes e influyentes del panorama contemporáneo como Norman Foster o Rem Koolhaas, funda en 2009 OOIIO como un laboratorio de arquitectura y ciudad capaz de proporcionar calidad arquitectónica y singularidad a cada trabajo.

Desarrolla el doctorado en arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid, ETSAM, donde ha dado clases de proyectos arquitectónicos, al igual que en varios seminarios y universidades de Europa y América Latina. Joaquín Millán ha impartido numerosas conferencias mostrando el trabajo de OOIIO y su obra ha sido expuesta y publicada en múltiples revistas, libros y blogs y premiada en varios países.

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Publicado en: 7 de Septiembre de 2016
Cita: "El cuento de la Arquitectura y los Refugiados por OOIIO" METALOCUS. Accedido el
<http://www.metalocus.es/es/noticias/el-cuento-de-la-arquitectura-y-los-refugiados-por-ooiio> ISSN 1139-6415
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