La diferencia entre el hacer del arquitecto, que dibuja proyectando un edificio en futuro, y el aceptar del fotógrafo, tras elegir el motivo de una fotografía, supone una relación muy diferente con el tiempo: el tiempo del dibujo no es uniforme, el arquitecto concede más tiempo a lo que considera importante, mientras que el tiempo es uniforme en una fotografía, se ha captado en un instante, su figuración no está impregnada de la experiencia ni de la consciencia. El Gabriel fotógrafo que deambula entre ruinas no solo se sitúa frente a sí mismo como arquitecto, sino, también, frente a sí mismo como fotógrafo de arquitectura de flamantes arquitecturas de nueva planta que están a punto de iniciar su vida útil y aún no han sido alcanzadas por desgaste alguno. Gabriel despliega una sensibilidad única y rapaz, compatible con la de los teóricos de la Bauhaus que asociaban la fotografía a una forma de diseño que, como la buena arquitectura, busca al tiempo lo creativo y lo impersonal, retratando ese orden real que persevera heroicamente mientras la decadencia triunfa poco a poco, sometido a un pathos que encuentra en la fotografía la aptitud para encontrar belleza en lo decrépito.
Como el Angelus Novus de Paul Klee —que perteneció a Walter Benjamin y con el que siempre viajaba—, Gabriel, en las antípodas de la mítica necesaria para que una obra cobre apariencia de inmortalidad o de trascendencia, se empeña en salvar el pasado de unas arquitecturas que pertenecieron a nuestra cotidianeidad. Para ello, como señalara el propio Benjamin, propone la contemplación de una belleza nueva en lo que desaparece y que, más allá de los monumentos, tendría el derecho, como toda actividad humana y todo destino humano sin excepción del que se nos haya conservado testimonio o noticia, a reclamar para sí un valor histórico. Para ello, como señalaba Roland Barthes, hace de la fotografía, mortal, el testigo general y algo así como natural de “lo que ha sido”, en una sociedad que hace mucho renunció al Monumento.»
Fábrica de Harinas Las Luisas. Trigueros Del Valle, Valladolid. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
«En “La cámara lúcida”, Barthes apuntaba también que “los griegos penetraban en la Muerte andando hacia atrás: tenían ante ellos el pasado”. Barthes sostiene que existe un nexo insoslayable entre fotografía y mortalidad a partir del noema mismo de la fotografía, el “esto ha sido” de la cosa necesariamente real que se colocó frente al objetivo y sin la cual no habría habido fotografía, aquello que ha estado presente de manera irrecusable y, sin embargo, ya ha periclitado. Gabriel hace emerger de la trivialidad, con el ímpetu de una emoción que solo le pertenece a él, las impresiones que ha plasmado de esas ruinas que, de no ser así, podrían ser vistas con indiferencia, mediante una intención de lectura que también le concierne como arquitecto. En cierto sentido, al fotografiar esas ruinas el fotógrafo arquitecto las dota de una dignidad que, en esta época de incertidumbre heredera de la desregulación normativa de la postmodernidad, las convierte en arquitecturas tan posibles como muchas arquitecturas del espectáculo, o tal vez incluso más, alterándolas tan sutil como sistemáticamente con una visión plena de un rigor y una disciplina ausentes a menudo en la arquitectura contemporánea. En ese sentido, dota a estos vetustos espacios de una plenitud opuesta a la auténtica caducidad de estas arquitecturas: atestiguando que se trata de edificaciones reales, la foto induce subrepticiamente a creer que -de algún modo- cumplen su función aún en plena decadencia.
Azucarera Santa Victoria. Valladolid. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Desde el hallazgo de los literatos del s. XVII que convierten la visión de las ruinas en algo del gusto genuinamente popular y la extensión romántica del aprecio por esas delicadas formas de decrepitud, a veces incluso a través de la ruina artificial, la modernidad llegaría con la mutación de esa belleza de lo ajado fotografiando la realidad misma. La idea de contingencia en la fotografía confirma que todo es perecedero, la arbitrariedad de su evidencia testifica que la realidad es inclasificable. La eficacia de esta particular expresión fotográfica de lo perdido estriba en el modo en que enriquece la iconografía familiar del misterio, la mortalidad y la caducidad mediante una especial calidad de la luz, de la elección del momento, de una mirada que transforma el ahora en pasado. A pesar de la condición sensiblemente inhabitable de los espacios que se fotografían, las imágenes provocan y proceden de la nostalgia que participa de la mortalidad, de la vulnerabilidad. Como señala Susan Sontag, en perfecta sintonía con Barthes, “todas las fotografías son memento mori”. En efecto, lo que vemos en las fotografías de Gabriel “ha sido” doblemente, lo hemos perdido dos veces, no vemos otra cosa que el espectro del espectro.»
Fábrica de Cerámicas Guisasola. Llanera, Asturias. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Descripción del proyecto por Gabriel Gallegos Alonso
Voy a tratar de explicar a continuación los tres pilares sobre los que se asienta este proyecto personal, que desde hace tiempo se ha convertido en mi válvula de escape, pero también en una forma aprendizaje y de desarrollo tanto personal como profesional.
El “urbex” (exploración urbana) es una actividad que tiene por objeto adentrarse en lugares abandonados, por lo general edificios, pero también poblados, recintos, espacios subterráneos…, sea por puro entretenimiento, curiosidad, o por la multitud de inusuales sensaciones que se experimentan al sobrepasar los dudosos límites de lo legal y recorrer lugares repletos de peligros. Yo voy a hacer fotos.
Se trata de una disciplina muy extendida y practicada por todo el mundo: ¿quién no se ha colado alguna vez en un edificio en teoría deshabitado?. Para muchos es un estilo de vida. De hecho existen numerosas organizaciones a nivel local y una comunidad internacional que enuncia ciertas “reglas” que conviene respetar, cuya finalidad no es otra que intentar normalizar una actividad en cierto modo clandestina. A saber: no está permitido forzar la entrada para acceder (un aspecto en apariencia sin importancia pero que puede marcar la diferencia entre ser sancionado o no en caso de ser descubierto) ; tampoco debes romper o llevarte nada, ni realizar alteraciones en el estado en que te encuentres el inmueble. Somos exploradores, no vándalos, ladrones o grafiteros. Con respecto a estos últimos, si bien pueden resultar de utilidad a la hora de identificar un lugar inhabitado, y el colorido de sus obras aportan un contrapunto tonal a las fotografías, en el fondo atentan contra la integridad de la pieza arquitectónica, que es la obra original.
Fabricación Española de Fibras Artificiales SA (FEFASA). Miranda de Ebro, Burgos. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Por último, no está permitido revelar ubicaciones, no queremos convertir estos lugares en centros de peregrinación. Debemos intentar mantenerlos en las mejores condiciones para aquellos que vengan detrás. Muchos de estos inmuebles son patrimonio cultural y somos responsables de su conservación.
Además, existen otro tipo de recomendaciones muy a tener en cuenta si deseas que la experiencia resulte plenamente satisfactoria y te queden ganas de repetir. Si algo sale mal puede que hubieras deseado quedarte en casa ese día. A mí me ha pasado más de una vez, pero a base de acumular experiencias he ido aprendiendo lecciones muy valiosas. La Exploración Urbana es algo que hay que tomarse muy en serio.
Nunca exploréis solos. En el caso de tener algún imprevisto es fundamental contar con ayuda. He de confesar que yo no siempre puedo cumplir este precepto, pues lamentablemente no siempre existe gente disponible y mis jornadas suelen resultar demasiado intensas para muchos. Me gusta recorrer el lugar tranquilamente y sobre todo centrarme en la fotografía, sin prisas, algo que puede terminar con la paciencia de cualquiera. En todo caso, aunque no pueda ir acompañado, siempre informo de mi paradero a terceras personas.
Resulta de utilidad obtener cualquier tipo de información sobre el emplazamiento al que tienes intención de acudir. Por ejemplo, posibles zonas de acceso, si tiene o ha tenido algún tipo de vigilancia o si es posible que esté habitado o exista algún tipo de actividad. En ocasiones un edificio aparentemente abandonado no lo está. La comunidad puede resultar de gran ayuda al respecto.
Una vez dentro es importante realizar un primer recorrido de reconocimiento para identificar zonas peligrosas, posibles puntos de salida y cerciorarte de que no haya nadie dentro.
Factoría Nitrastur. Langreo, Asturias. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Por último, conviene ir equipado adecuadamente. La vestimenta ha de ser cómoda pero que proteja. No es aconsejable el uso de pantalón corto y el calzado ha de ser robusto, pues el piso suele estar repleto de cristales, chatarra y, en ocasiones, hay que atravesar vegetación bastante frondosa. Cabe la posibilidad de que la sensación térmica en el interior de los inmuebles sea ligeramente más fría que la temperatura ambiente, así que, aunque parezca que no vas a necesitarlo, lleva contigo algo de abrigo. Además, aconsejo llevar una bolsa con ropa de repuesto para regresar a casa lo más cómodo posible. Guantes, casco y demás elementos de protección siempre son de utilidad, incluso una mascarilla, ya que en ocasiones el entorno puede resultar irrespirable. Otros accesorios habituales en una exploración son botiquín, toalla, linterna, y por supuesto agua y algo de comida.
Y todo esto sin entrar en el ámbito fotográfico propiamente dicho.
Desarrollé esta afición hace poco más de seis años, cuando me adentré en un lugar conocido por muchos conciudadanos: el recientemente desaparecido chalet de Parquesol en Valladolid. Siempre me fascinó aquella pieza inacabada, escultórica, dominando desde lo alto de la ladera, a modo de mirador, como si hubiera sido concebida para tal fin. Recuerdo que fue una mañana de sábado cuando me introduje a través de un agujero en el vallado . Fui allí sin ninguno de los accesorios enumerados con anterioridad y, desde luego, sin tener en cuenta norma o consideración alguna, pues por aquel entonces era un auténtico desconocedor de la materia. Todo el equipo fotográfico que llevaba conmigo era la cámara. Ni trípode, ni flash, ni descentrable, ni gran angular, ni teleobjetivo, ni filtros, ni disparador remoto, ni baterías de repuesto. Y lo peor de todo: disparaba en modo automático.
Hoy en día para mí sería impensable realizar una excursión de este tipo sin planificar hasta el más mínimo detalle. Una vez elegido el destino (de entre todos aquellos que voy acumulando en un mapa a base de investigar, observar y compartir) y tras revisar las previsiones meteorológicas, preparo mi equipo, cada vez más abundante, y organizo la jornada en base a la expedición que, dependiendo de la extensión del objetivo o la distancia a la que se encuentre, puede ocupar un día entero.
Azucarera Santa Victoria. Valladolid. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Os sorprendería la cantidad de sensaciones que se pueden llegar a experimentar al encontrarte completamente solo en un lugar desconocido. El desasosiego puede resultar sobrecogedor en algunas localizaciones, pero una vez te familiarizas con el entorno la experiencia puede ser incluso terapéutica. Silencio absoluto y comunión total con la naturaleza dentro de espacios algunos de ellos de la misma magnitud, materialidad y luz que aquellos lugares de culto donde muchos acuden a buscar paz interior, encontrarse a uno mismo, o sencillamente desconectar. Lugares que sin duda conmueven.
Llevo tiempo formándome en el complejo campo de la fotografía de arquitectura. Como toda disciplina tiene un proceso de aprendizaje, pero por mucho tiempo que dediques a la teoría o muchas referencias que tomes de otros profesionales, es necesario practicar. Sin experiencia demostrable difícilmente haya encargos, y sin éstos no es posible llegar a dominar la técnica. Seguro que la ecuación os resultará familiar.
Por ello, advertí en este tipo de espacios una posibilidad real de llevar a cabo este cometido, de poner en práctica lo aprendido, de probar cosas nuevas. Cada visita a uno de estos lugares la afrontaba como un reportaje fotográfico.
Al principio, como mencioné anteriormente, llevaba conmigo el equipo fotográfico básico que muchos tendréis en casa. Era todo lo que disponía por aquel entonces. Poco a poco me fui dando cuenta de que si quería alcanzar el siguiente escalón necesitaba algo más, pues no era capaz de lograr determinada toma con lo que tenía a mano. Es así como, de forma moderada (porque algo es seguro, la fotografía barata no es), y siguiendo los consejos de unos compañeros, sin los cuales no me encontraría en este punto, iba incorporando herramientas de trabajo. Hay que recordar que moverse por este tipo de lugares con mucho peso no es lo más recomendable, pero para mí es una necesidad, ya que sin ello no sería capaz de lograr mi propósito: perseguir dicha evolución técnica y obtener unas imágenes de calidad profesional.
Papelera Smurtif Kappa SA. Valladolid. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
En este tipo de espacios las condiciones lumínicas no son las más apropiadas, por lo que son necesarios unos recursos mínimos -trípode y/o flash- para poder tomar una fotografía aceptable. No me cabe duda de que estos años fotografiando ruinas han resultado de utilidad, esas sesiones han tenido lugar bajo mucha presión, dentro de atmósferas con condiciones higiénicas deficientes o con una climatología en ocasiones adversa. Lo que no te mata te hace más fuerte.
Cuando un estudio de arquitectura recibe un encargo, elabora el proyecto correspondiente y, si toda la documentación está en orden, es aprobado. Después se asigna a una empresa constructora que lleve a cabo la obra, que será concluida en un periodo de tiempo cada vez más incierto. Entra entonces en escena el fotógrafo de arquitectura e interiorismo. El arquitecto (o el promotor, o la contrata) encarga unas imágenes representativas del edificio recién terminado, inmaculado. Esas fotografías serán publicadas en revistas, se subirán a la web y a redes sociales y con ellas tratará de conseguir nuevos encargos. De ahí la importancia de esta figura, ya que un buen profesional puede conseguir que incluso un proyecto mediocre resulte sugerente.
Durante el tiempo en el que el edificio está en funcionamiento no es tan habitual tomar fotografías, a no ser que estemos hablando de un reclamo turístico o un icono arquitectónico reconocible únicamente por gente del gremio, al cual acudirán hordas de estudiantes de la ETSA de turno cámara en mano. Aunque rara vez esas instantáneas igualan en calidad técnica al reportaje inicial, sí es posible, no obstante, que sean capaces de capturar un momento único o de conmover más, pues la fotografía arquitectónica en ocasiones puede resultar demasiado fría y carecer de esa componente más habitual en otros géneros. Es complicado, sin embargo, centrarse en la parte técnica y conseguir que el espectador sea capaz de conectar emocionalmente con la escena. Fernando Guerra, fotógrafo portugués, integra magistralmente al edificio con los usuarios y su entorno sin descuidar el objetivo principal, que es documentar la obra, de la misma forma que Julius Shulman era capaz de introducirnos en un día cualquiera de una familia americana.
Despoblado de Vea. Soria. Fotografía por Gabriel Gallegos Alonso.
Y llegamos al final, el momento en el que aquello que en su momento fue innovador ya no resulta útil, interesante o beneficioso. Al igual que ocurre con las personas, un edificio también sufre el paso del tiempo, envejece tras una vida llena de experiencias y eso se manifiesta en su aspecto exterior, más deteriorado e imperfecto, aunque no por ello menos atractivo o interesante.
Hoy en día es común observar cómo muchos objetos son elaborados con una apariencia intencionadamente vieja, usada, “vintage”. La gente añora el pasado. No es ningún secreto que la época dorada del mundo del diseño, incluida la arquitectura, ya pasó. Así, la mayoría de las exploraciones que realizo podrían ser consideradas como un último vistazo a una forma de construir que en su día pudo ser revolucionaria pero hoy en día es obsoleta. Arquitectura esencial y tradicional que poco a poco estamos perdiendo y que en contadas ocasiones se recupera. He tenido la fortuna de poder visitar algunos edificios considerados auténticas joyas de la historia más reciente de nuestra arquitectura. Colosales volúmenes de hormigón, detallados edificios industriales en vidrio y acero, construcciones de ladrillo ejecutado de modo magistral, antiguos despoblados levantados únicamente a base de mampostería y estructura de madera…, algunos de ellos catalogados en el DO.CO.MO.MO Ibérico, organismo encargado de difundir las obras más representativas del movimiento moderno, como las fábricas NITRASTUR, FEFASA, ENSIDESA o la antigua fábrica de ladrillos de Viella, lugares a los que lamentablemente no es posible acceder si no es de esta forma. Y es una lástima.
Esta serie fotográfica, inconclusa, es en definitiva un intento por poner en valor algunas de aquellas construcciones abandonadas a su suerte y mostrarlas con el mismo rigor con el que pudieron ser retratadas en su mejor momento. Devolverles la dignidad. Ensalzar la decadencia. Reflexionar sobre el valor del tiempo y de la destrucción.