El proceso de investigación constante, la falta de estilo o una labor difícilmente clasificable en un mundo siempre ávido de recetas con las que encasillar todo y a todos, supuso un distanciamiento de la capacidad tanto de los suyos como desde el mal llamado occidente para entender la brillante labor de este arquitecto.
Habría bastado reconocer obras como la excepcional Torre de los Vientos (hoy ya desmontada), sus investigaciones sobre la mujer nómada y la condición contemporánea de la arquitectura y sus habitantes, o la excepcional impresión que provocaba Toyo Ito cuando explicaba el diseño, la estructura arbórea de la Mediateca de Sendai, para haberle concedido hace años el prestigioso premio Pritzker.
Escucharle contar el proyecto de Sendai suponía ser consciente del cambio de concepción en la forma de plantear un proyecto y darte cuenta, con los "pelos como escarpias", del brutal avance que suponía una propuesta de estas características. Una tensión que se repetía cuando, tras la primera impresión del Tsunami de hace dos años, todos nos preguntábamos cómo habría aguantado la mítica estructura de la Mediateca y por supuesto no defraudó. Algunas piezas de falso techo, algunos cristales y tras uno de los terremotos más importantes este edificio frágil continuaba. La idea del ágil bambú frente al potente roble era nuevamente ganada por la ligereza.
Después vinieron obras de diferente perfil, entre ellas la biblioteca de la Universidad de Tama. El diseño del edificio utilizando arcos para construir, organizar, abrir y cerrar espacio y edificio fueron criticados por algunos por su componente formal. En Europa tan solo dos revistas publicaron dicho edificio, por supuesto una fue METALOCUS (núm 021). Fueron pocos quienes entendieron la perfecta ejecución del edificio, la continuidad entre materiales (hormigón y vidrios) de modo que pasar un dedo por dicha superficie apenas suponía una variación casi imperceptible. La reiteración de aquellos arcos generaba además una permeabilidad de espacios realmente sorprendente. Recuerdo cómo en una conferencia, explicando el proyecto que habíamos publicado, comentaba las ganas que daban ante un edificio así de volver a la biblioteca y estudiar, estudiar…
La investigación no siempre es reconocida, tiene riesgos, supone no encasillarse, supone mantenerse vivo en la necesidad constante de reinventarse a sí mismo, de reinventar nuevamente todas las mañanas tu propio trabajo. Por supuesto, este proceso de experimentación tiene sus riesgos, responder a las necesidades extremas no siempre es posible y quizá nuestro país sea el mejor vademécum de obras no conseguidas, en Madrid, Alicante o Barcelona, lo que también retrata los alegres años del boom español. El reconocimiento propio de insatisfacción, de autocrítica tan raro en este mundo de la arquitectura hizo interpretar sus palabras en algunos como un obstáculo para obtener el mencionado premio:
“He proyectado arquitectura teniendo en cuenta que ésta será mejor si nos libramos, aunque sea un poco, de cualquier limitación. Sin embargo, cuando termino un edificio, me doy cuenta con dolor de mi propia incapacidad. Esa incapacidad se convierte en energía para abordar el siguiente proyecto. Ese es mi proceso creativo y, seguramente por eso, mi arquitectura nunca tendrá un estilo fijo ni yo quedaré satisfecho con ninguno de mis trabajos”.
En realidad, todo esto explica esa brillante reacción en su país para volver a reinventarse con "Home for all", un proyecto donde con un grupo de arquitectos japoneses volvía a lo más básico de la arquitectura, la necesidad de reinventarse desde cero, reconociendo la arquitectura como un servicio social. Su capacidad de seguir motivando a nuevas generaciones de arquitectos permite entender mejor que nunca su mujer nómada y el necesario y merecido reconocimiento que supone el Premio Pritzker para Toyo Ito.
Txt.- José Juan Barba