El primer espacio, tras acceder desde la calle a la vivienda, es un gran patio, al que le sigue otro segundo patio pero de menor tamaño, a modo de subdivisión del espacio privado interior. Su esquema parte de lo público a lo privado, cuanto más nos adentramos en la vivienda, más privacidad caracteriza los diferentes espacios.
La vivienda muestra las entrañas de su estructura despojada de todo ornamento. Escaleras de ladrillo, vigas de hormigón visto y una solera continua, reflejan la desabrigada composición estética. El proyecto cuenta con una herramienta más, no siempre consciente en la arquitectura, percibir la memoria del lugar a través del olfato recuperando la percepción del enjabonado del tradicional lavadero. La estética que define esta vivienda se basa en la idea de plasmar algo que está por finalizar, pero que además, está impregnado de desnudez.
Descripción del proyecto por CRÜ
La Clara es una fisura en cota urbana que se estira hasta las entrañas de un interior de manzana anárquico que resiste a la realidad exterior gracias a sus propias leyes vecinales. Al sanear la testa posterior de obra de fábrica se podía leer la palabra ‘lavadero’, espacios de colada públicos que brotaron en Barcelona durante el siglo XIX y parte del XX, levantados en las intersecciones de los torrentes que bajaban de Collserola.
Estos lavaderos fueron significativos a dos niveles –uno deliberado y el otro genuinamente reactivo–: funcional y social. Se materializaron como espacios capaces de resolver la problemática de la colada en las ciudades, al tiempo que se convirtieron en los primeros espacios públicos de encuentro y de interacción exclusivamente femenina.
El proyecto se preocupa de hacer permanecer esta sustancia impregnada en las paredes existentes: el deseo de encuentro y chafardeo, la fricción invisible entre el exterior y el interior; y el olor a jabón industrial.
El encargo de Clara y Alan venía maltratado por un montón de condicionantes herencia de un primer encaje. La primera decisión fue laminar y separar capa a capa todos los impositivos de este encaje, para analizarlos individualmente y después como parte del todo.
Resultado de este análisis fue mantener el vaciado de los patios: un primero que dividía el espacio público en contacto con la fachada y el acceso, de la burbuja de espacio privado que se esconde tras la intimidad que ofrecía esta primera secuencia de espacios. Un segundo patio de dimensiones más reducidas permite una subdivisión similar en dos habitaciones y un baño dentro del espacio privado. Con estos dos gestos se consigue resolver de una manera sencilla y orgánica todo el programa de la vivienda, que se acopla alrededor de estas dos vértebras para conseguir el asoleo y las ventilaciones de cada pieza.
En la primera planta se despliega el programa de la habitación principal ocupando todo el espacio disponible, aislándose de la circulación de las escaleras con unas divisorias móviles de hierro y policarbonato.
El esquema es tan elemental que puede leerse diagramáticamente como el programa va aumentando en privacidad a medida que penetra hacia el interior.
Dentro de este degradado programático, los dos espacios de carácter más público (estudio y living) colapsan en el primer patio mayor en escala y en funciones. Ambos están obligados a convivir con esta transparencia prolongada que ofrece el patio, ayudados por un salto topográfico que sofoca la contaminación visual entre ellos.
Se genera una pecera para hacer de chicle y corredor entre el estudio y el living. Esta pieza se estira, su altura se comprime a mínimos y se hace transparente para desaparecer en el contexto que formalizan el nuevo patio, el edificio plurifamiliar y las construcciones que se asoman por el patio de manzana.
En el resto de preexistencia se mantiene absolutamente todo como eje vertebrador y generador de proyecto. El estado precario de algunas cubiertas obligan a rehacer la zona de las habitaciones de planta baja y parte de la cubierta del living –así como la pecera–, donde se utilizan techos colaborantes soportados por cerchas y perfiles metálicos, por cuestiones de economía y estética de obrador, que evoque lo que podría ser un lavadero contemporáneo.
La materialidad se resuelve desde la estética de la desnudez y lo inacabado.
Se desvisten todos los paramentos y escaleras existentes para exhibir sólo las vísceras, para recuperar el tufo a jabón y los chismes. Un continuo de hormigón fratasado cubre homogéneamente toda la solera, indistintamente en el interior y en el exterior. En la planta primera se coloca una rasilla manual tradicional para disminuir las cargas del forjado existente. Unas carpinterías de aluminio intentan romper el puente térmico existente en los cerramientos exteriores.
En el living, sólo se levanta un objeto que por materialidad, geometría y quietud pertenece tanto al lugar que parece un altar en un presbiterio, con un telón de fondo de chapa de hierro cruda que esconde las intimidades de la cocina. Y el resto, sólo más materiales francos que hablan sobre la crudeza efervescente de este lavadero.