Tomando la lista completa de arquitectos menores de 40 años premiados en concursos organizados por el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid en los últimos diez años de la carrera docente de Andrés, los porcentajes son prácticamente similares. En la primera década de este siglo, entre el 40% y el 50% de los arquitectos jóvenes españoles que obtuvieron premios en concursos nacionales e internacionales habían tenido relación docente y/o profesional con Andrés Perea. La lista de profesores admitidos en los Departamentos de Ideación Gráfica o Proyectos de la ETSAM en las últimas dos décadas evidencian también una extraordinaria influencia de la figura docente que ha sido nuestro amigo y compañero.
La penetración de Andrés en la penúltima joven generación de arquitectas y arquitectos y el gran éxito que sus enseñanzas han prodigado a esta generación, es uno de los fenómenos que, sin duda, distingue la figura de Andrés de otras de su misma generación. Esa singularidad es, si cabe, más representativa, en un entorno laboral donde el número de egresados y de estudiantes ha crecido tan exponencialmente en los últimos 20 años, que ya iguala el de arquitectos en ejercicio.
El porcentaje al que aludimos está hecho sobre una base numéricamente mucho más adversa que en las épocas de Fullaondo u Oiza, profesores que también se caracterizaron por la gran penetración en las generaciones venideras. Pero lo que hace más significativo este suceso es compararlo con la habitual resistencia y la actitud combativa que generaciones generalmente coincidentes pero, a veces incluso posteriores a la de Andrés, han dedicado a la emergencia de lo nuevo, a la expresión real de cada presente, empeñándose en resistir, mirando a los ejemplos históricos, el envite de lo que la sociedad ya sentencia, en cada momento, como deseable. La arquitectura sostenible, el trabajo multidisciplinar, la transformación tipológica de algunos usos, la multiplicación de las formas de ejercer la profesión, la decadencia de las consideraciones estilísticas son algunos de las novedades que han modificado el ejercicio de la profesión de arquitecto recientemente y al que se han resistido muchos compañeros de generación de Andrés y, como digo, algunos de los docentes más jóvenes.
Tras años de ejercicio docente no parece fácil tener la flexible habilidad de adaptarse a los nuevos tiempos ¿Cuál ha sido el secreto de Andrés?, ¿Cómo lo ha hecho?
En primer lugar Andrés no ha caído en la vieja trampa de los arquitectos que piensan que ser buen profesor en una extensión casi corolaria y automática de ser buen arquitecto. Andrés ha sido un profesor preocupado por formarse en pedagogía y cuyas bases en docencia constructivista ha asentado a través de lecturas, seminarios y mucha práctica. La docencia de Andrés huye radicalmente de los modelos donde se ofrece a las y los estudiantes modelos que deben repetir o iterar. En sus clases no ha habido diapositivas de buena o mala arquitectura. Los alumnos han acabado el año con él sin saber cuáles son sus edificios favoritos o que piensa de las arquitectas y los arquitectos del momento. A cambio hay un trabajo profundo en el desarrollo de las herramientas, capacidades e intereses del alumnado: la cualificación técnica, la expresión, la intuición, la capacidad de evaluación de la calidad espacial, formal, antropológico y social.
En segundo lugar, Andrés prodiga, como si casi fuera la única religión que profesa, una actitud de escucha y curiosidad a lo distinto. Todavía recuerdo cuando en 1999, con la carrera sin acabar y habiendo sido una de las alumnas menos pereística de Andrés Perea, recibí con doce alumnos o jóvenes de arquitectos una de las primeras becas de apoyo a la docencia concedidas por el departamento. Mientras mis compañeros preparaban bibliografías y hacían fotocopias yo recibí el siguiente encargo: aquí tienes 25 alumnos, haz con ellos lo que consideres, yo vendré los miércoles a escuchar y dar alguna opinión de la que podéis prescindir.
Andrés no ha militado en ninguna tendencia: no ha sido racionalista, minimalista, constructivista, deconstructivista, organicista, postmodernista, tecnócrata, popero, koolhianista, no fue un verdadero hippie, ni un buen católico, cojea de izquierdas claramente pero no sermonea. Sé, con seguridad, que lucharía contra todo aquel que tratase de pintar el mundo de un solo color. Esa falta de pertenencia a una adscripción estilística le ha permitido la maniobrabilidad crítica y le ha librado de la obsolescencia a cambio de la dura posición del que, conscientemente, se mantienen independiente de las corrientes de poder y prestigio de cada momento.
Por último, una fuerza y una energía vital casi inhumana una dedicación intensísima, voluntariosa y esforzada a la docencia que, como siempre le oído decir, ha supuesto, incluso en los momentos en los que dirigía un multitudinario estudio, siempre entre 30% y un 50% de su vida, de una vida grande e intensa.
Por todo ello creo que, a través de la docencia de las arquitectas y los arquitectos que se graduaron en las tres décadas anteriores a 2010, la forma de entender la arquitectura y la docencia de Andrés Perea no solo perdurará largamente si no que será y es uno de los secretos por el cual nuestro país exporta, de forma permanente, calidad, innovación, disidencia, precisión, sorpresa, anticipación, versatilidad y futuro al sector profesional y académico de la arquitectura.
Texto por Izaskun Chinchilla.