Lo sorprendente era que esas misma críticas de desconcierto no se produjesen en el Pritzker de 2016 que reflejaba un perfil muchísimo más inconsistente, pero que al ser un referente de uno de estos medios de comunicación se intentó generar la sensación de normalidad, algo que resultaba claramente anacrónico.
La realidad del Pritzker de este año también tiene su propia historia y se pergeñó de manera muy diferente. RCR arquitectes son un trío de arquitectos que ha trabajado desde hace mucho tiempo al margen de los procesos mediáticos que se han desarrollado en los últimos diez años. Pertenecen a una generación antigua en su manera de comunicar, en ese sentido son dinosaurios de otro tiempo, y en ese sentido son también un modelo irrepetible. Su difusión tuvo un gran éxito cuando la revista El Croquis, en la década de los noventa, del siglo pasado, era un referente mundial, el santo santorum al que todos miraban para reconocer a los señalados por su dedo, un momento en el que dedicaron uno de sus números a la obra de estos arquitectos.
Aquel momento del papel ya pasó hace tiempo. El Croquís es una magnífica revista pero reconozcamos la realidad, su influencia se ha ido desdibujando y su capacidad de señalar se ha reducido casi hasta el anonimato elitista, recordando situaciones parecidas en la historia reciente de la comunicación, a como cuando el poderoso The New York Times señalaba críticamente a finales de los cuarenta a Jackson Pollock como el “drappeador" / "el goteador”. Aquella crítica era su canto de cisne en su poder para decidir figuras y líneas de acción, es decir, la desaparición de su capacidad para pontificar de manera radical cuando apareció la comunicación a través de la televisión.
Seamos honestos, los coqueteos con Marta Thorne son habituales en Madrid, en algunos casos me imagino que incluso ella se puede sentir abochornada por tanto adulador y seguramente no es fácil que buenos arquitectos encuentren un rato para enseñar su obra a la directora ejecutiva del Pritzker. Algunos sí lo consiguen, cuando tienen buenas excusas, y qué mejor argumento que una exposición.
Seguramente el camino hacia el Pritzker comenzó hace un año cuando la exposición de RCR arquitectes llegó a Madrid, al Museo ICO, después de haberse estrenado en Barcelona, comisariada por Josep María Montaner, en el Palau Robert. Digo que comenzó en Madrid y no en Barcelona porque fue en la capital donde los tres arquitectos de Olot invitaron un día a una visita particular a Marta Thorne haciendo de cicerones para explicarle la exposición, no hay foto de aquel encuentro, pero sí muchos ojos.
Que algunos no se hayan enterado de la existencia de estos brillantes arquitectos, no ha sido porque desde hace años ellos no hayan optado por una forma de trabajar diferente y bastante local, ellos al igual que todos han ido eligiendo a quiénes mostraban su obra y cómo la mostraban y ninguno de esos actos ha sido gratuito o casual. Si alguno no se ha enterado es seguramente porque no interesaba, o para los interesados su capacidad crítica era irrelevante.
El Pritzker tampoco ha señalado ningún camino nuevo, aunque para algunos sus referentes sean tan limitados que consideren este premio como el sumun de la profecía arquitectónica. Otros premios igualmente relevantes, como el Mies van der Rohe, también han girado en una línea de reconocimiento de otros valores como la “memoria”, los “materiales” más sostenibles y locales o “programas” menos estridentes como los de viviendas. Sin embargo, lo que menos ha cambiado es que la mayoría de los buenos arquitectos ya hacen ese tipo de arquitectura. Tan solo necesitan, para volver a conectar a la arquitectura con la sociedad, que el ruido de las estridencias y cacareo arquitectónico deje de ser el único protagonista en la imagen de la arquitectura.