Son las 4 de la tarde. Tras dar alguna que otra vuelta con el coche, el GPS me indica que me encuentro en mi destino. En la Calle Otero y Delague, en Madrid. Un poco nervioso, me bajo del coche y comienzo a buscar el estudio de Aranguren+Gallegos. El número 118, aquí es. ¿Pero será la casa o no será? Observo las edificaciones colindantes. Indiscutible. Aquí es. Me imagino cómo podría haber sido anteriormente el edificio previo y como es el resultado final. Sorprendente.
Llamo al telefonillo y me responde su secretaria, amablemente, que pase. Entro en el edificio. Cada paso es una sorpresa. Accedo a un pequeño patio, subo unas pequeñas escaleras, me paro frente a otra puerta. Accedo. La secretaria me pide que me espere, que enseguida me atenderá José. Observo el interior. Muros móviles, estanterías llenas de libros, espacios amplios y diáfanos, sin elementos que puedan distraer la atención más allá de lo importante.
Dejo la mochila y la chaqueta en una silla, mientras el nerviosismo aumenta con la espera. Me siento, intranquilo, en una silla formada por una malla translucida. En la mesa, realizada de un material gris brillante, encuentro una pantalla de ordenador apartada y nada más. A mi izquierda, observo una pequeña estantería con una maqueta de la fachada del Museo ABC de Madrid, una de sus últimas obras. Esto me tranquiliza, “estoy en el lugar correcto” pienso.
Tras unos pocos minutos de espera, interminables, oigo unas pisadas. Un señor de cara amable y pelo canoso, en torno a los 50 años, jersey oscuro y pantalón claro, desciende de la planta superior. José González Gallegos, sin duda. Me saluda amablemente, me da la mano y se sienta. Comienza a hablarme mientras monto la cámara y la grabadora. Me tranquiliza su voz y su trato, un trato familiar, casi paternal. Se nota sus años de docencia. Me siento como un alumno frente a un maestro del que poder aprender. Temo que mi voz, nerviosa, el hecho de que sea la primera entrevista que hago y mi vocalización, que además de ser del sur no es la mejor, pueda resultarle incomoda. Se cruza de brazos. Comenzamos la entrevista y con la primera pregunta, comienzan a fluir las ideas y van desapareciendo todos esos temores y nerviosismos previos:
ENTREVISTA A JOSÉ GONZÁLEZ GALLEGOS por Roberto López.
R.L. Para comenzar le quería plantear una pregunta muy genérica y que para cada arquitecto supone una definición diferente. ¿Qué es arquitectura?
J.G. [Dispone los brazos sobre la mesa, con un lápiz en la mano] La arquitectura se puede definir por lo que no es arquitectura. No es solamente construcción, no es solo edificación o una actividad económica. En el concepto clásico es una manifestación artística, una aventura personal, un saber pensar en el espacio, responder a una serie de condiciones no solo especificas o emocionales sino también culturales; es la expresión de una época a través de la construcción [enumera con los dedos]. Realmente es muy complejo, es muy difícil acotarlo en una definición. Todas estas son definiciones parciales de este fenómeno tan complejo. Es algo apasionante [sonríe].
R.L. A lo largo de su trayectoria han realizado numerosas obras y proyectos pero ¿hay alguno que resaltaría sobre los demás?
J.G. No. Hablar de un solo proyecto es como hablar de una película con un fotograma. [Comienza a explicar con los brazos con el lápiz en la mano en todo momento]. La actividad de un arquitecto es un tiempo, un proceso. En ese proceso vas teniendo reflexiones, como si fuera un ordenador, con un disco duro, algo que tiene una cantidad de gigas al que se le puede aumentar la capacidad, y con un programa, una situación temporal, que sería el proyecto. Al disco duro le pides que responda a ese programa con un número de gigas. Así es como veo un proyecto nuestro a lo largo de nuestro trabajo. No es un fenómeno aislado, no es un éxito mayor o menor. Son líneas de trabajo o de pensamiento. Tenemos una línea de trabajo en la vivienda y esas seguridades o incertidumbres van surgiendo a lo largo de diferentes proyectos.
Lo mismo cuando te aproximas a edificios históricos que, como condición de europeos, nos toca muchas veces responder a preexistencias. Al igual que con espacios de exposición o con el hotel. ¿Qué es un hotel hoy en día? ¿Cuáles son las partes principales de un hotel? ¿Es la habitación? ¿Es el spa? ¿Es el fitness?... Son preguntas que te vas haciendo y que vas respondiendo en diferentes proyectos. Un proyecto solo no tiene demasiado interés para nosotros, nos gusta el intento de respuestas múltiples.
R.L. Le quería realizar una pregunta que, en su caso, al ser una pareja de arquitectos, adquiere una mayor relevancia. ¿La arquitectura tiene que ser más el resultado de un trabajo individual?
J.G. [Sonríe] Lo políticamente correcto sería decir que la arquitectura es una disciplina que recoge otras muchas, que es un trabajo en equipo, la socialización de la creación…yo no me lo creo. Voy teniendo una edad que voy teniendo ciertas seguridades, además de otras muchas inseguridades.
La arquitectura es una aventura que lidera alguien o algunos pero que es una decisión bastante unilateral que repercute en mucha gente y que necesita de mucha gente para llevarse a cabo. Es un trabajo en equipo pero alguien tiene que liderar, alguien tiene que decir que eso es algo concreto. En nuestra situación, somos dos arquitectos. [Acompaña sus palabras de gestos con las manos sin soltar el lápiz] Es una dialéctica la que establecemos en la que hay una reflexión personal de posibilidades de un proyecto, una discusión previa de por dónde podría ir, a que camino le vemos más posibilidades y a partir de ahí, encontramos uno, que buscamos los dos, aunque luego sea de ella o mío. Y a partir de ahí vamos incorporando al resto de agentes necesarios, tus colaboradores arquitectos, tus ilustradores, aparejadores, ingenieros…va surgiendo todo ese mundo, pero de una voluntad precisa, que al principio todo es posible y todo es relativo. Alguien tiene que ejercer ese riesgo.
Un ejemplo: En una fábrica se hacen frigoríficos, lavaplatos y lavavajillas. En una cadena de montaje, si alguien decide al principio y al final que salga un lavaplatos al final saldrá un lavaplatos. Si nadie decide nada pues al final puede que te salga un lavavajillas. Alguien tiene que decidir el comienzo y el final. Nuestra disciplina implica a mucha gente, tiene muchos costes, es muy compleja. Que suerte tiene un escultor o un pintor que decide su obra desde el principio hasta el final con sus costes y sus medios. Nosotros tenemos que convencer a un inversor, a un equipo, a muchísima gente para poder realizar nuestra obra. Por eso somos tan envidiados los arquitectos, somos mucho más que ellos al ser nuestra actividad tan compleja y tan difícil conseguir resultados.
R.L. A la hora de proyectar, ¿Qué suele haber en su mesa de trabajo?
J.G. [Me mira interesado] Todos tenemos un titular. Hay quien decide que su vida vaya encaminada a intentar hacer arquitectura. No sabes si lo vas a conseguir o no. Tú te formas lo mejor que puedes y tienes tus grados de interés. Cuando decides que tu interés es ese, tienes que establecer tus tiempos y tus roces con otras actividades paralelas [suelta el lápiz y comienza a explicar con las manos].
Por ejemplo, a nosotros nos ha parecido la enseñanza fundamental en todo momento para establecer ese equilibrio constante entre reflexión y acción. Eso te lleva a que tu necesidad de conocimiento te la pones como una condición cotidiana. Eso genera muchos libros a tu alrededor. ¿Qué hay en mi mesa? Paredes de libros. Son mi mochila: mis maestros, mis gustos, mis intereses, mis proximidades... mi mochila. Y no es que vaya a consultarlos para hacer proyectos, pero es como un colchón acústico intelectual, te ves arropado, observado sobre tu mesa, que está vacía frente a toda una generación que te observa dibujando.
Yo ya he pasado de un proceso de creerme que es posible pensar en pantalla a pesar de que las generaciones actuales ya lo hacen, pero yo tengo que dibujar primero antes de pasarlo al ordenador. Tengo un papel, no tengo la mente en blanco, el trabajo de creación es un trabajo de sustracción. Cuando tengo un proyecto, estamos con infinidad de cosas para volcar. Es un proceso de sustracción, esto no toca, esto sí, nunca es una mente en blanco. Es la mochila llena de la que tienes que sacar la herramienta correcta para resolver un problema. Esa es la mesa, todo tu mundo, tienes que construir tu paisaje interno, lo que te hace ser y que vas construyendo en tú día a día. Un proyecto no es alguien que te llama para un concurso con una fecha de entrega que te hace actuar. Tú estas actuando todos los días. Luego dicen “mira este arquitecto hizo un proyecto en solo 3 días”, sí, pero lleva 30 años reflexionando sobre ese proyecto y en ese momento oportuno vuelca esos 30 años de reflexión. Eso es [sonríe levemente, satisfecho].
Estudio A&G. Fotografía © Roberto López.
R.L. Aparte de arquitectos son también docentes. Lleva casi toda una vida vinculados a la ETSAM de Madrid y quería preguntarles, ¿cómo le influyo la carrera en su etapa de estudiante y que intentan transmitir a sus alumnos?
J.G. [Vuelve a coger el lápiz, acompañando siempre sus palabras de gestos con las manos] Nuestra formación como arquitectos en la ETSAM, extrapolable a cualquier escuela de España, es mejor que muchas de las de fuera. Me siento orgulloso de como he aprendido y como me he aproximado a la arquitectura con una componente técnica importante que no se dan en escuelas extranjeras como en Italia, Francia o Alemania, donde hay que especializarse previamente si alguien elige una escuela más técnica, mas artística o más empresarial. Yo me siento orgulloso como arquitecto formado en Madrid, y en España, donde tenemos una correcta formación que por antigua, tiene una concepción napoleónica de que el arquitecto es sabedor de todo, digamos que somos conocedores de todo pero no sabemos de nada. Eso nos hace insertables en otros campos más parciales de nuestra actividad e incluso más completos y podemos profundizar en ellos. En resumen:
- Primero, contento por la formación antigua que tenemos los españoles, envidiable fuera.
- Segundo, lo que he vivido en esta escuela, lo voy mejorando.
Lo que intento transmitir es, primero, la honestidad. Lo arriesgado de ser profesor y arquitecto que construye es que no te puedes traicionar en lo profesional ni repetir en lo docente, estas en esa tensión de que tu trabajo profesional se va a chequear de cara al joven, ese joven que tiene 20 años. Tú vas teniendo más años y él siempre tiene 20 años. El no repetirte te hace ser cada vez más interesante en lo docente y en lo intelectual. Ese grado de honestidad y esos aspectos es lo que hay que transmitir a los alumnos. No olvidarte nunca de que tú fuiste una vez alumno.
R.L. Al estar tanto tiempo vinculado, habrá pasado por todos los planes de estudio que ha habido. ¿Hacia dónde cree que vamos, cree que se ha mejorado o se ha empeorado la enseñanza?
J.G. Como responsable docente que ahora soy de toda esa jerarquía académica, soy un observador que conoce más al detalle los planes, la evolución de los mismos. Mi promoción comenzaba con el “plan 75” que daba carpetazo al plan anterior, el “plan 64”. Luego vino el “plan 96” y ahora el “plan 2010 Bolonia”. Yo creo que la evolución de los planes de estudio es un proceso minimalista, de mínimos. Donde está el mínimo económico, el mínimo de equipos, el mínimo de todo. Creo que inevitablemente se devalúa, estamos viviendo un proceso de perdida.
Un ejemplo: Hay toda una nomenclatura de créditos, CTS, ECTS... pero hay un dato: cuando nosotros en el año 75 decidimos ser arquitectos teníamos que asistir 6000 horas a clase para obtener las sesenta y tantas asignaturas aprobadas para ser arquitectos. En el “plan 96” se pasó a 4500 horas. El plan Bolonia son 3000 horas. Desde cuando yo empecé hasta ahora, un estudiante de arquitectura tiene que asistir la mitad de tiempo a clase. Luego te lo adornan, con las horas de trabajo en casa que se computan como académicas... es marear la perdiz, pero al fin y al cabo es una política de ahorros, reducir costes. Es un proceso minimalista. Pero sigo creyendo que el arquitecto tiene un tiempo de formación en la universidad y otro, mucho más grande, después de la universidad. Lo que falta en un tiempo se completara en el otro. Son decisiones personales. Cargarás tu mochila con lo que puedas en la universidad, pero si quieres seguir cargándola tendrás oportunidades en lo profesional. Que pena que no tengamos más tiempo para seguir cargando la mochila en la universidad [sonríe, lamentándose].
Estudio A&G. Cortesía de Aranguren + Gallegos Arquitectos.
R.L. ¿Qué arquitectos ha tenido de referencia y cuales recomendaría a los jóvenes arquitectos? ¿Y una obra?
J.G. [Se cruza de brazos por primera vez desde antes del comienzo] Es difícil. Esas cosas reduccionistas son difíciles. Más que una obra es una actitud. Para ser arquitectos hay que visitar arquitectura. Viajar es tan importante como estudiar, leer o proyectar. La experiencia física del espacio no tiene nada que ver con el estudio de esas obras maravillosas. Ese edificio que estudiabas, desde muy jóvenes, con el interrail y luego como profesores viajando con nuestros alumnos, es el mejor proyecto de arquitectura. Porque vas a decidir visitar buenos proyectos de arquitectura de los cuales extraes sensaciones y experiencias muy fuertes que te condicionan.
[Comienza a explicar con gestos] Nosotros nos hemos dedicado a visitar muchas cosas interesantes y seguro que si hacemos algunas cosas es por esas experiencias vividas. Y luego, momentos fascinantes. Villa Savoya, de rodillas [sonríe, casi entusiasmado]. Pero es la casa o no. Vas a la Casa Farnsworth de Mies Van der Rohe... maravillosa. Pero es la casa o no es la casa. Vas a Villa Meirea de Alvar Aalto. Será la casa o no. Estoy haciendo la misma pregunta que me haces. ¿Es la mejor casa? Cuando fuimos a la casa de la Cascada. Hoy por hoy, para mí, la mejor casa de las que he experimentado. Porque tiene ese mundo de flotación y abstracción que se puede percibir en arquitecturas miesianas o de Le Corbusier pero a la vez esa cosa que se experimenta también en Villa Meirea de Alvar Aalto y de la arquitectura tradicional americana de enraizamiento. Es una cueva y una plataforma volante. Es la suma de muchas cosas. La casa de la Cascada de las que he visitado, es la mejor. Pero si solamente hubiera conocido esa físicamente no la habría valorado tanto. En conclusión, la mejor obra: el viaje [Sonríe, finalizando].
R.L. A lo largo de estos años se ha crecido mucho, quizás no de la mejor forma posible. ¿Porque cree que se ha crecido de esta manera y como cree que se debería haber producido el crecimiento de las ciudades?
J.G. [Suelta el lápiz] Es un problema tan complejo que se puede contar de forma tan sencilla. Vivimos en una sociedad que es la que tenemos, ni buena ni mala. La sociedad en la que vivimos ha decidido que las ciudades están en manos del interés privado. Lo que construye la ciudad son los agentes económicos: promotores, constructores…el dinero. El interés político juega a ser un intermediario entre ellos y su responsabilidad política. Los técnicos somos agentes necesarios para dar final a ese proceso.
[Sonríe, ajustando la silla y acercándose más a la mesa] Ponemos como ejemplo al cirujano. Cuando te van a operar del corazón, que decides, que cualquier médico te vale o el mejor. O quizás un equipo de opinión interdisciplinar, con sociólogos y economistas para ver como operamos. El mejor cirujano por favor. El mejor arquitecto no lo pide la sociedad. Será parte responsabilidad nuestra. Pero es precisamente porque estamos diluidos en ese mundo del interés meramente económico. Lo que es un pecado es que veamos que las ciudades crecen de una forma descontrolada porque el poder es lo único permitido.
Vemos como ejemplo que las edificabilidades se cambian por una presión económica. Tenemos en Madrid un ejemplo muy claro. El incremento del Paseo de la Castellana. Cuatro kilómetros de nueva ciudad. Una oportunidad impresionante de crecimiento de la ciudad. Se han cambiado innumerables veces las alturas porque no salen los números. ¿Esto es bueno o malo? Es una decisión secundaria. Para que el negocio funcione hay que establecer una cantidad de edificación. ¿Ha dicho un técnico especializado que es lo mejor para el Madrid del siglo XXI? Se negocia entre los políticos y los agentes económicos donde está la rentabilidad de la operación. Pues esto es. Y luego se hacen los planes, se le da una envolvente normativa… Es uno de los grandes problemas españoles y de cualquier sociedad. Es muy difícil controlarlo. Pero en países como España es un desastre. Pero no es un problema de construcción o de arquitectura, no es que la arquitectura que hacemos los arquitectos sea mala, hay que distinguir entre arquitectura, un bien escaso y difícil de conseguir, y construcción, en definitiva edificabilidades y metros cuadrados [culmina, satisfecho].
R.L. Introduciéndonos un poco en el tema de rehabilitaciones, quería preguntarle ¿cree que en España existe una excesiva protección por lo histórico?
J.G. [Me aparta unos segundos la mirada, pensativo] Nosotros empezamos en los años 80 y entonces se estaba empezando a quitar ese aspecto casposo de las intervenciones en el patrimonio histórico, donde había unas escuelas previas de arquitectos que hablaban de que un buen arquitecto cuando se aproximaba a un monumento, su nueva actuación debía parecer que no se había realizado. Quizás un poco contextualizarse con el siglo que correspondiese. Luego había una serie de discusiones sobre cómo tenía que aproximarse un arquitecto contemporáneo donde había una lucha muy fuerte, ya que el mundo de los historicistas, arqueólogos, preservadores, que son necesarios, tenían una prevención al lenguaje moderno.
Eso se ha ido diluyendo y estamos en un momento que se ha superado en España. Lo que podrá haber son actuaciones mejores o peores pero se acepta la yuxtaposición de tiempos y lenguajes. Las estrategias para solapar esas dos situaciones ya es de cada autor. Pero aunque parezca obvio que lo nuevo y lo antiguo tenían que convivir, en España ha costado a nuestra generación, no hay que remontarse muy atrás. Pero sí que es verdad que en España podemos contar estas experiencias mientras que en otros países de Latinoamérica por ejemplo están como nosotros hace veintitantos años. Tienen menos patrimonio histórico, son todavía más precavidos. Tienen patrimonio histórico de hace 50 años y ya le llaman patrimonio histórico. Hay más prevención. Por esto creo que estamos bastante bien.
R.L. A la hora de aproximarse a un edificio histórico, ¿qué le es más sencillo o le da más libertad a la hora de actuar, una actuación como la realizada en el Parador de Alcalá, sobre un monumento histórico, o una actuación como la realizada en el Museo ABC, sobre una edificación industrial?
J.G. [Se toca la barbilla, pensativo] [Comienza a explicar con gestos] Hay dos situaciones muy genéricas en la rehabilitación. Es como el caso de dos enfermos.
Hay un señor muy mayor, muy vetusto pero con gran nobleza, que necesita ser reactivado pero que tiene una integridad personal e histórica importante. El arquitecto le puede poner un implante en la oreja y vuelve a oír. Le puede poner una prótesis y deja de cojear. Una operación de cataratas y vuelve a ver. Digamos que vas resolviendo problemas parciales dentro de un todo que tiene una dignidad importante. EL MONUMENTO.
Luego hay otro tipo de situaciones. Un señor de 50 años, con un cáncer tremendo, y hay que hacer una intervención a vida o muerte donde todo es posible. Hay que ser mucho más agresivo, y hay que resolver el desmoronamiento completo de una situación. El arquitecto que interviene tiene que ser más potente en su intervención.
Situándonos en las dos obras que mencionas. El Parador de Alcalá estaba bastante deteriorado, había sido una cárcel, un cuartel... Nosotros lo que intentamos fue leer el contexto del edificio que estaba, intentar recomponer sus leyes generales, recuperar su dignidad original que ya supone parte de una intervención, recuperar sus tapiales, sus bóvedas, sus fábricas. Reconstruir la dignidad del edificio y completarlo con el nuevo programa, con las nuevas necesidades, con la nueva arquitectura, estableciendo un dialogo de yuxtaposición donde lo nuevo y lo antiguo dialogan pero nunca se funden.
En el parador de Alcalá reconstruimos ese convento que ya existía, sus tapias las rehicimos literalmente con artesanos como los del siglo XVI y XVII, para introducir luego un sistema de habitaciones, patios y huertas que recuperaban otra ley del lugar, que era la de la huerta de cultivo, que estaba detrás, pero todo lo que construía esas dos situaciones históricas, la tapia y la cubierta, que era la huerta, se completaba con un lenguaje contemporáneo de habitaciones. De alguna manera estas siendo moderno pero respetuoso con las leyes fundamentales del edificio.
El caso del Museo ABC, un edificio que era un almacén. Se había demolido la antigua fábrica de cerveza. Solo quedaba el edificio y una medianera porque habían tirado las naves y habían hecho las viviendas alrededor quedando una medianera que daba a un patio de vecindad. El carácter del edificio estaba muy desfigurado. En nuestro caso teníamos un problema con el tamaño del patio que era mucho menor. Sobre un problema de funcionamiento del vestíbulo, de reorientar el patio hacia el museo y quitarle protagonismo a las viviendas, fue una intervención pretendidamente poderosa. Las fachadas de aluminio con unas geometrías rectangulares que en definitiva es un efecto escultórico que reactivase aquello y creasen nuevas situaciones. Son dos obras que podrían ejemplificar esos dos mundos.
Parador de Alcalá. Cortesía de Aranguren + Gallegos Arquitectos.
R.L. En una visita al Museo ABC me sorprendió el tema de las sensaciones que es capaz de provocar y que ya están previamente buscadas a la hora de realizar el proyecto. ¿Cómo se pueden proyectar sensaciones?
J.G. [Sonríe, amablemente mientras se cruza de brazos] Tenemos la visión espacial de los arquitectos que se nos supone como a los soldados el valor. Somos capaces de imaginar, no al cien por cien, porque luego te sorprendes de la realidad cuando la construyes pero sí que puedes imaginarte situaciones.
R.L. Sí pero no todos lo consiguen.
J.G. [Desliga los brazos, comienza a explicar el proyecto con las manos] Claro, en el caso del proyecto, era un solar muy complicado con un acceso inevitable por una calle muy estrecha, tangencial. Teníamos la posibilidad de demoler un edificio que no estaba protegido, rasgar y hacer una viga que recuperaba estructuralmente todo el plano de la calle que, paseando por la acera, casi sin querer, te metes en el patio. Digamos que es un problema de acceso. Uno de los temas de concurso era el acceso. Un patio que estaba cerrado que era de los vecinos de las casas que hacían dos de los cuatro lados, transformarlo en un espacio público nada privativo. Recuperamos su carácter pasante y teníamos que crear un atractor para adueñarnos de ese espacio. Construimos otra situación que era ese plano y fachada de aluminio que lo que te hacen es arrastrarte hacia el museo. Situaciones poderosas que te imaginas. En el caso del museo ABC, la solventa la fuerza que tenía el aluminio con esas geometrías rectangulares. Mucho más poderoso de lo que nos imaginábamos.
Museo ABC. Cortesía de Aranguren + Gallegos Arquitectos.
R.L. ¿Dónde está el equilibrio entre la función y la forma, hasta qué punto te puede determinar la estructura y los materiales?
J.G. [Apoya una mano sobre la cara] Es un debate absurdo porque todo es importante, todo determina. Nuestros edificios son esculturas que tienen una fuerza plástica que pueden ser como pinturas o como lienzos pero es que además tienen que cumplir una función, tiene que tener unos usos, unas escalas. Es la suma de muchos componentes. Por eso se habla de la arquitectura como proceso. Tienes que ir metiendo todas las variables que la hacen realidad. Que es antes, el huevo o la gallina. La función no determina la forma ni la forma determina la función. Eso es un debate que se estableció hace muchos años para pasarlo bien en conferencias y demás. Las dos cosas están unidas.
[Comienza a explicar con las manos] Cuando proyectas tienes un mundo de posibilidades infinito y tú introduces condiciones a tu trabajo. En ese momento decides que vas a imponer la estructura como condición. Ya esto te ordena de una determinada manera no solo la forma sino como organizas las funciones. Pero puede tener una condición muy particular que no era necesaria pero que se la has introducido. Para ir dándole forma a las cosas vas introduciendo condiciones. Por ello la estructura es una condición que la introduces como arquitecto frente a otras. O a veces no. [Sonríe] Es como jugar a cinco o seis variables importantes, a veces muchas más, que tú vas modulando en cada caso en función de tus intereses. Porque la arquitectura es un interés muy personal de cada arquitecto.
R.L. En su obra encontramos una gran cantidad de viviendas y quería preguntarle acerca de este tema. A lo largo de los años la forma de vida de la población ha cambiado con respecto a hace 10 años. ¿De qué manera sus viviendas se adaptan y como cree que podrían adaptarse a lo largo de los años?
J.G. [Me mira interesado, apoyando uno de los brazos tras la silla y el otro sobre la mesa] Una de las responsabilidades de los arquitectos es servir o expresar no solo las necesidades físicas de nuestra sociedad sino el espíritu de tu tiempo. Hay una realidad que son las viviendas, el noventa y tantos por ciento de nuestros edificios. Es una responsabilidad de los arquitectos.
Durante muchos años había una vejación de los arquitectos frente a una normativa que sigue existiendo que te limita mucho, parece, las posibilidades de pensar cómo se vive. Hay por ahí una normativa de los años sesenta. Pero luego te vas dando cuenta de que no, que todo es posible si hay empeño. Llevamos una serie de años, unos cuantos arquitectos, intentado influir, y poco a poco van surgiendo modelos que sirven para el resto de la sociedad. Al final esos modelos interesantes que son los que aciertan son los que necesitamos en estos momentos en nuestra sociedad actual.
Hay un problema y es que los arquitectos cuando proyectamos esa normativa sabíamos qué tipo de usuarios iban a vivir en esa vivienda: familia estándar, matrimonio con hijos, muchas habitaciones. Hacer una especie de vivienda estantería para que todos los miembros de la familia tengan su propio nicho. Ahora no sabemos quién es el usuario, porque en una vivienda colectiva con trece vecinos habrá diferentes etnias, agrupaciones familiares, situaciones cambiantes dentro de la unidad familiar. A lo largo de la vida sabemos que hay divorcios, hay todo tipo de situaciones. No se sabe mucho. Criterios de flexibilidad que aplicamos en nuestra vivienda, no estamos inventando la pólvora. Ahora, estamos introduciendo como pequeños sudokus, meter, en un esquema normativo que no permite la flexibilidad, variables de flexibilidad. Si es que la normativa no deja que las paredes se muevan. ¿Por qué no? Vamos a moverlas. La normativa solo habla de metros cuadrados, no habla de sección. Si estableces una pequeña variación en sección pueden pasar otras cosas. Son variables en un momento de miserias que es seguir en la sociedad española aplicando una normativa obsoleta. Son pequeñas batallas pero siempre intentando expresar situaciones de actualidad dentro del mundo contemporáneo en el que vivimos. Eso es hacer arquitectura siempre.
Viviendas en Carabanchel. Cortesía de Aranguren + Gallegos Arquitectos.
R.L. ¿Hasta qué punto se puede reducir una vivienda, donde esta ese límite?
J.G. [Toma aire y esboza una ligera sonrisa] La única medida cual es, ¿son los metros cuadrados? ¿O los metros cúbicos? ¿O el peso? ¿O las alturas? Son muchas variables. Estamos acostumbrados a pensar como el sector inmobiliario nos hace pensar, solo superficies horizontales.
Hubo un debate hace unos años con una ministra de viviendas que se equivocó, que estuvo en una feria en Barcelona. Estuvo en una mesa redonda con arquitectos. Oyó hablar a los arquitectos de la vivienda mínima, de la versatilidad de la vivienda. Se habló de que se podían hacer viviendas fantásticas de cuarenta metros cuadrados y cuando salió de la reunión le preguntaron los periodistas y dijo que iba a proponer que las viviendas sociales en España se hicieran de cuarenta metros cuadrados. Fue un escándalo. Pero claro porque el debate era solo de metros cuadrados. El debate que hubo ahí entre arquitectos hablaba de transformabilidades, de secciones, de flexibilidades, que hacían que una vivienda de cuarenta metros cuadrados fuera un espacio mucho más versátil y muy interesante con mucho más valor que una convencional de setenta. El tamaño no da nunca nada.
R.L. Si observa uno de sus primeros proyectos, por ejemplo, el proyecto de Europan I, comparándolo con el último de sus proyectos de viviendas, ¿ha notado una evolución estas a lo largo de estos años?
J.G. [Comienza a articular con las manos] En el proyecto de Europan I paso una cosa muy curiosa. En nuestra escuela podíamos elegir entre tres cátedras de proyectos. Había una que era la que todos queríamos ir, que solo hacia edificios públicos. Otra que era muy elegante, muy blanco, muy cubico, que tenía estilo. Y luego había otra que solo hacia viviendas sociales a las afueras de Madrid, más progre, a la que nadie quería ir. Solo los que no les interesaba mucho la arquitectura. El que vale, vale y el que no a vivienda. Con ese bagaje cultural tan importante solo hicimos edificios públicos porque nos aceptaron en la primera. Cuando terminamos salió la primera convocatoria de Europan, pero solo era de viviendas. Claro pero no habíamos hecho ninguna. Te informas porque te quieres presentar. Y al final, error nuestro, lo que nos dijeron los que ya sabían hacer viviendas. Hay que hacer una columna, con unos interiores y plantas correctas cumpliendo la normativa y hay que imaginarse que aspecto exterior tiene la vivienda. Nos lo premiaron. Muy contento por las esculturitas pero un fracaso porque no entramos en el tema.
Eso nos valió para el siguiente concurso, convocado por el gobierno vasco en San Sebastián, otro Europan. A partir de ese momento nos quedó la sensación de que habíamos hecho lo que se esperaba de los arquitectos, que decorásemos las viviendas, que no entrásemos en la situación de cómo se vive en el interior. Y a partir de ahí, con esa frustración y con ese éxito que nos creaba una sensación de “traidores” con respecto al tema residencial, empezamos a introducirnos en ese aspecto donde lo primero que nos interesaba es que cambio le introducimos al interior de la vivienda que luego ya introduciríamos otros más. Pero como máximo interés en cada concurso era plantearnos como era ese interior de la vivienda. Contra mas pasa el tiempo más seguridades vas teniendo, vas introduciendo más variables... te haces mayor.
Europan I, Querol. Cortesía de Aranguren + Gallegos Arquitectos.
R.L. Últimamente se está hablando de temas como sostenibilidad, arquitectura bioclimática, edificios de energía cero... ¿De qué manera tienen cabida en su discurso?
J.G. A mí me parece que está muy bien que una sociedad desarrollada como la que tenemos tenga todo ese tipo de planteamientos que a nivel general nos hagan reflexionar sobre todo: como vivimos, como consumimos... Evidentemente toca al ámbito de la arquitectura y la vivienda. Yo no me imagino un arquitecto que no sea ecológico. Los arquitectos tenemos dos variables inevitables. Nuestras obras tienen que ser económicas, y eso conlleva mucha lógica para que sean ecológicas. Economía y lógica es la arquitectura. Una vivienda no es sostenible porque tenga más paneles solares, lo es porque tenga buenas orientaciones, ventilaciones cruzadas, busca situaciones interesantes en el entorno en el que se va a implantar... Pone en valor las leyes naturales, el buen hacer, el buen vivir. A eso ahora se le llama sostenibilidad. Con ese término aclara a la gente muchas cosas. Pero como profesional casi siempre se hace lo mismo bien. Un arquitecto haciendo bien las cosas es ecológico y sostenible. Lo de los paneles es secundario, algún día se preguntaran que hacemos con esos paneles que tienen un reciclaje difícil.
R.L. Para finalizar, actualmente nos encontramos en una situación difícil para la arquitectura en general y para muchos jóvenes arquitectos aquí en España. ¿Qué consejo les podría dar?
J.G. [Me mira, con una mirada paternal, levemente apenada] Nosotros acabamos en el año 84. La última clase que nos dio un catedrático de nuestra escuela, donde éramos trescientos, la acabó diciendo que el sesenta y cinco por ciento de los que habíamos allí no construiríamos nunca nada. Había una crisis económica en aquel momento. Luego la crisis de los noventa. Tenemos una crisis más grande pero pasará. La arquitectura es una vida, es un proceso. Evidentemente el que es arquitecto es el que tiene la voluntad de querer serlo y siempre aguanta y consigue. De mis compañeros, con una perspectiva de veinticinco años, les veía lo que querían hacer y lo han ido consiguiendo. Pues igual va a pasar. Ahora es una situación económica mala, que hay menos oportunidades para el joven que para el arquitecto mayor, es evidente. Aguantar. Pero el que quiere hacerlo lo hace. Buscarse los medios para aguantar. Pero nada de pesimismo. Todo lo contrario. La arquitectura siempre es posible. Un arquitecto joven tiene una capacidad de proyección exterior mucho mayor que en nuestra época, donde estábamos programados para estar en España. El tema de idiomas, mejor formación, experiencias Erasmus, intercambios, hace más fácil que miren hacia el mundo. En España, ahora estamos en un pequeño apagón, pero es temporal. Un arquitecto que empieza tiene años para ser de muchas maneras. No han cambiado las cosas, estamos en el ciclo malo. No pasa nada.
Tras esto, se despide de mí y me da ánimos con respecto al futuro. Fin de la entrevista.
Entrevistado.- José González Gallegos.
Lugar entrevista.- Estudio propio en C/Otero y Delague.
Fecha entrevista.- Madrid, Diciembre 2012.
Website.- www.arangurenygallegos.com
Localización del estudio C/Otero y Delague 118, Madrid.
Año de Nacimiento.- Guadalajara, 1958.
Actualmente tiene 45 años.
METALOCUS "In Focus".