Les prevengo: no se trata aquí de urbanismo táctico o de muros Trombe, aunque también tendrán cabida (central además) en el relato. No hablamos aquí (aún) de villes, sino de cités: no describimos espacios físicos, sino ámbitos o “regímenes” de acción, organizados por valores centrales, legítimos, que nos permiten ponernos de acuerdo al decir qué hemos hecho bien o mal, quién encarna y despliega esos valores (quién muestra «grandeza» o, si carece de ellos, «mezquindad», «pequeñez»), dónde, cuándo y cómo pondremos a prueba estas acciones.
Transitamos todas, las arquitectas especialmente, entre distintas situaciones con distintas lógicas, con fronteras a veces poco claras, en cuyo marco debemos cooperar. Necesitamos por tanto reconocer conjuntamente la naturaleza de dichas situaciones, qué órdenes de valor las encuadran: sólo así podremos definir de qué modo resolveremos los conflictos que emergen continuamente, dibujar las controversias, asignar valor(es) a los participantes y sus acciones, y también alcanzar compromisos, siempre inestables, entre dichos valores.
Por ejemplo, nos extrañaría que alguien aplicase los criterios de la ciudad industrial, la eficacia, el conocimiento científico-técnico aplicado, a las relaciones familiares, a la ciudad doméstica, en lugar del afecto, el respeto o la fidelidad. Pueden describirse los estragos del neoliberalismo como la hipostasia y la consiguiente invasión de otras ciudades por parte de los valores de la ciudad mercantil, que organiza su esfera de acción, tan expansiva en el último medio siglo, a partir del valor supremo de la competencia entre los que buscan su beneficio en el mercado. Se corroen así los cimientos de la ciudad cívica, cuyos valores son los de la solidaridad o la igualdad, o los de la ciudad inspirada, que no habitan sólo los artistas, maravillados ante lo insólito, la pasión, la espontaneidad: también, a veces indistinguiblemente, los locos, los genios e iluminados.
Pocas ocupaciones se prestan mejor a ser descritas en toda su complejidad mediante esta gramática de descripción de mundos que la de las arquitectas. Pocas llevan a los que la ejercen a manejar simultáneamente valores y pruebas radicadas en ciudades diversas, muchas veces en radical conflicto. Piénsese, especialmente, en los compromisos que deben alcanzarse entre distintos órdenes: cómo, por ejemplo, la ciudad de la opinión, que gestiona el renombre, la reputación, valora la visibilidad, y desprecia la banalidad y el desconocimiento, entra en conflicto o alcanza treguas en las portadas de las revistas de arquitectura con la ciudad industrial de los materiales cerámicos o las inercias térmicas, o con la atención al colectivo democrático de la ciudad cívica.
Tabla «Ciudades» por Emilio Luque.
La labor infatigable de Andrés Perea, en su trayectoria profesional, pedagógica e intelectual, ha consistido precisamente en ser práctico de esa procelosa navegación para la que ningún puerto ofrece abrigo, porque sólo hay océano y más océano incierto. Pero también ha intentado, por todos los medios e innovando incesantemente métodos y referencias, que las decenas de cohortes de estudiantes de arquitectura que han pasado por las aulas donde ejerció la docencia, solo o en compañía de otras, no sean ajenos a esa necesidad de trabajar en y desde esa tensión (está uno tentado de decir que, en realidad, todos ellos aprendieron a «trabajar a flexión»): la incertidumbre y ambigüedad de los que deben habitar a la vez la ciudad inspirada, la cívica, la industrial, la mercantil, la de los proyectos…
Porque la complejidad y la incertidumbre, que tantas veces invoca Andrés Perea en sus posicionamientos, sus programas, sus apuestas, son parte consustancial, radical, de la contemporaneidad, inserta en una «policrisis», definida a fuego por el vector secular del cambio climático, y aún más clara tras la pandemia de COVID-19. Por si la dificultad de justificar y justificarse las acciones de acuerdo con estos múltiples órdenes de valor, en constante desequilibrio, fuera poco, estamos «imputados», como suele decir Perea: se nos convoca a introducir una octava ciudad ecológica, que recogemos aquí de la propuesta de Bruno Latour. No la de la eficiencia energética, o la del producto verde o la economía circular, o la defensa de patrimonios naturales, que encuentran relativamente fácil acomodo en las ciudades industriales, mercantiles o domésticas. De nuevo tenemos que salir de las ideas recibidas, ahora del ecologismo «clásico».-
Transitamos todas, las arquitectas especialmente, entre distintas situaciones con distintas lógicas, con fronteras a veces poco claras, en cuyo marco debemos cooperar. Necesitamos por tanto reconocer conjuntamente la naturaleza de dichas situaciones, qué órdenes de valor las encuadran: sólo así podremos definir de qué modo resolveremos los conflictos que emergen continuamente, dibujar las controversias, asignar valor(es) a los participantes y sus acciones, y también alcanzar compromisos, siempre inestables, entre dichos valores.
Por ejemplo, nos extrañaría que alguien aplicase los criterios de la ciudad industrial, la eficacia, el conocimiento científico-técnico aplicado, a las relaciones familiares, a la ciudad doméstica, en lugar del afecto, el respeto o la fidelidad. Pueden describirse los estragos del neoliberalismo como la hipostasia y la consiguiente invasión de otras ciudades por parte de los valores de la ciudad mercantil, que organiza su esfera de acción, tan expansiva en el último medio siglo, a partir del valor supremo de la competencia entre los que buscan su beneficio en el mercado. Se corroen así los cimientos de la ciudad cívica, cuyos valores son los de la solidaridad o la igualdad, o los de la ciudad inspirada, que no habitan sólo los artistas, maravillados ante lo insólito, la pasión, la espontaneidad: también, a veces indistinguiblemente, los locos, los genios e iluminados.
Pocas ocupaciones se prestan mejor a ser descritas en toda su complejidad mediante esta gramática de descripción de mundos que la de las arquitectas. Pocas llevan a los que la ejercen a manejar simultáneamente valores y pruebas radicadas en ciudades diversas, muchas veces en radical conflicto. Piénsese, especialmente, en los compromisos que deben alcanzarse entre distintos órdenes: cómo, por ejemplo, la ciudad de la opinión, que gestiona el renombre, la reputación, valora la visibilidad, y desprecia la banalidad y el desconocimiento, entra en conflicto o alcanza treguas en las portadas de las revistas de arquitectura con la ciudad industrial de los materiales cerámicos o las inercias térmicas, o con la atención al colectivo democrático de la ciudad cívica.
Tabla «Ciudades» por Emilio Luque.
La labor infatigable de Andrés Perea, en su trayectoria profesional, pedagógica e intelectual, ha consistido precisamente en ser práctico de esa procelosa navegación para la que ningún puerto ofrece abrigo, porque sólo hay océano y más océano incierto. Pero también ha intentado, por todos los medios e innovando incesantemente métodos y referencias, que las decenas de cohortes de estudiantes de arquitectura que han pasado por las aulas donde ejerció la docencia, solo o en compañía de otras, no sean ajenos a esa necesidad de trabajar en y desde esa tensión (está uno tentado de decir que, en realidad, todos ellos aprendieron a «trabajar a flexión»): la incertidumbre y ambigüedad de los que deben habitar a la vez la ciudad inspirada, la cívica, la industrial, la mercantil, la de los proyectos…
Porque la complejidad y la incertidumbre, que tantas veces invoca Andrés Perea en sus posicionamientos, sus programas, sus apuestas, son parte consustancial, radical, de la contemporaneidad, inserta en una «policrisis», definida a fuego por el vector secular del cambio climático, y aún más clara tras la pandemia de COVID-19. Por si la dificultad de justificar y justificarse las acciones de acuerdo con estos múltiples órdenes de valor, en constante desequilibrio, fuera poco, estamos «imputados», como suele decir Perea: se nos convoca a introducir una octava ciudad ecológica, que recogemos aquí de la propuesta de Bruno Latour. No la de la eficiencia energética, o la del producto verde o la economía circular, o la defensa de patrimonios naturales, que encuentran relativamente fácil acomodo en las ciudades industriales, mercantiles o domésticas. De nuevo tenemos que salir de las ideas recibidas, ahora del ecologismo «clásico».-
«[l]a ecología política no habla de la naturaleza y no lo ha intentado nunca. Trata de las asociaciones de seres de formas complejas: reglamentos, aparatos, consumidores, instituciones, costumbres, terneros, vacas, cerdos, camadas, que es totalmente superfluo incluir en una naturaleza inhumana y ahistórica [...] Intenta por el contrario hacerse cargo, de manera aún más completa, aún más mezclada, de una diversidad aún más grande de entidades y destinos. Al modernismo de la dominación del mundo, agrega un modernismo al cuadrado».
Esta ciudad se define precisamente por esa capacidad de manejarse en la incertidumbre y la complejidad, de mantener abiertas las definiciones, no dar por sentados nunca los imbroglios de humanos y no-humanos que constituyen ese entramado indisociable de naturaleza y sociedad. Requiere por tanto expandir radicalmente el rango de actores, de lenguajes y saberes: el pequeño es aquí, nos dice Latour, el que sabe cosas absolutamente, irreversiblemente, sin permitir ver sus vínculos. El grande es el que puede trabajar dentro del embrollo social-ecológico-material-político, experimentando siempre, a tientas siempre, reconstruyendo colectivos. Es esta ciudad la que también y sobre todo deben habitar las arquitectas, como viene, militantemente, recordándonos Perea, tratando activamente de que unos programas de formación repensados desde sus raíces les entrenen en las capacidades necesarias para orientarse en este «aterrizaje».
Pero si hay una ciudad en la que Andrés Perea es grande es la ciudad por proyectos. Les pido de nuevo atención: debemos leer aquí proyectos de manera algo distinta de como suele hacerse en esta profesión. Sin embargo, creo que la naturaleza social, política y moral de los proyectos arquitectónicos puede también comprenderse (mejor) como organizada en esta ciudad, un «orden de valor» que va capturando espacios antes definidos por la ciudad industrial o la mercantil. ¿Qué se valora en este régimen de acción, el cual gobernaría la extensión de redes, la proliferación de vínculos, en el marco de proyectos activos? ¿Qué cualidades valoramos? El entusiasmo, la autonomía, la flexibilidad, la conexión con otros y el impulso para que otros estén conectados. Verán ya que es fácil adivinar la figura de Andrés Perea en este perfil.
Tabla «Ciudades» por Emilio Luque.
Porque lo que quiero enfatizar (y agradecer) es la energía y la convicción con la que Andrés Perea ejerce en esta ciudad como «mailleur», es decir, el que teje redes. Como dicen Boltanski y Chiapello.-
«[a]unque todos los seres están dotados de la capacidad de entrar en relación y de constituir, de este modo, una malla en la red, algunos de entre ellos concretan en su persona esta potencialidad de forma ejemplar [...] Poseen el arte de la conciliación de contrarios y saben reunir y hacer que se comuniquen personas muy diferentes».
Encargado u originador de iniciativas muy diversas, siempre ha convocado para impulsarlas (y pocos podrían negarse a su impulso) a gentes de perspectivas diversas, dentro y, como puede deducirse de mi propia participación, fuera de la arquitectura. Así fue en el marco del Grupo de Exploración Proyectual de la ETSAM (que supuso para mí el inicio de este breve desvío en el país de los arquitectos que dura ya un par de décadas, junto al añorado Javier Izquierdo, Fabián Muniesa, Jorge Lago o Arturo Lahera, por el lado «social», o Izaskun Chinchilla, Paula Montoya, Rafa Torrelo y Andrés Jaque, por el lado «arqui»). También en la Universidad Europea, liderando el Máster Universitario en sostenibilidad y rehabilitación energética. Pero también en otros ámbitos no docentes, como los referidos a la innovación de los materiales que emplean los arquitectos en el seno de la iniciativa MATCOAM, donde conocí, por ejemplo, a Pedro Molina, geógrafo desvelador de capas de sentido e historia(s) en el paisaje, o Luis de Pereda, que con energía rehabilitó lo que pudo mis escuálidos conocimientos.
Decía Keynes que los hombres prácticos suelen ser esclavos, sin saberlo, de algún economista difunto, de las ideas que enmarcan su imagen de sí, sus juicios, sus valores. Los arquitectos juzgan su propia labor y la de otros, justifican o critican la bondad de su actividad, en el plural, inestable, y muchas veces tenso y conflictivo, lenguaje moral y político de las ciudades. Pocos arquitectos españoles han hecho tanto como Andrés Perea, por sí mismo y a través de las redes que ha ido tejiendo, para renovar y articular sus nuevos y viejos sentidos compartidos de la justicia, sus conflictos y compromisos, y también su promesa y vigencia.
Texto por Emilio Luque.