El lápiz y el papel, así como las acuarelas le permiten perderse instintivamente y desaparecer durante la ejecución del trabajo. El hecho de que el secado sea más rápido le permite avanzar con más contundencia, ser más fiel a sus impulsos, no tener que repensar qué será lo que haga a continuación mientras las capas de óleo se secan. El grabado le encanta, y las líneas y la rapidez en la ejecución del soporte son muy parecidos a la del lápiz y el papel, pero la paciencia que exige todo el proceso de estampación posterior le pone muy nerviosa. Acaba siempre haciendo tiradas muy cortas.
Reconoce ser fan de ilustradores españoles como Conrad Roset, María Herreros, Chamo San, Amaia Arrazola, Guim Tió, Ricardo Cavolo, y también le encanta la obra de Elfandiary, David Penela y Mariana à Miseravel.
Cuando estudiaba Bellas Artes decidió ir a completar su formación en Santiago de Chile. Tenía veinte años, era la primera vez que viajaba sola durante tanto tiempo y a un lugar tan lejano. La experiencia fue alucinante en todos los aspectos. El tema del oficio, cómo se enseñaba la técnica del dibujo y de la pintura o el grabado en Santiago fue algo con lo que lógicamente tuvo que lidiar. Aprendió muchísimo y se planteó muchísimas cosas. En aquella época mantenía una relación muy estrecha con su profesor de pintura de Valencia y durante aquellos meses mantuvieron una correspondencia muy densa llena de cuestiones sobre la profesión que estaba aprendiendo. Ahora han decidido recuperar aquellas cartas y transformarlas en libro.
Serán las cartas que mi profesor me enviaba, con sus consejos pictóricos sobre técnica y también teóricos ilustradas por mí. Habrá un total de 30 cartas breves según cuenta.