Mateo Arquitectura proyectó este edificio en 1996 pensando que fuera como un árbol, pero un árbol petrificado, que se hundiera en el suelo, anclándose en él (la caja fuerte tradicionalmente se escondía en la tierra), que tuviera una materialización distinta respecto al cielo y en el que la dureza de la piedra se diluyese al entrar en contacto con el espacio exterior para convertirse en onyx y alabastro.
Descripción del proyecto por Mateo Arquitectura
Desde el concurso (1996) hasta su finalización (2004) han pasado ocho años. En este tiempo, múltiples estrategias han tenido que inventarse.
Señalaré aquí solamente las que corresponden a las cuestiones materiales del objeto.
La estructura fue desarrollada por Leonardt, Andrä und Partner en forma muy inteligente: las fachadas de las dos plantas superiores son mega-muros portantes que descansan en los núcleos de comunicación. Ellas sostienen mediante cables a tracción el suelo de la planta primera, lo que produce que en la planta baja no exista un solo soporte interior.
Las fachadas son de piedra local con un diseño explícitamente arcaizante y abstracto muy preciso: las esquinas (una única piedra labrada), el zócalo en el suelo (con una piedra más dura, rugosa), las primeras piedras tienen una textura ligeramente diferente.
Hay toda una tensión artesanal como estrategia metodológica en todo el proyecto.
La fachada translúcida está formada por un complejo sistema de capas de vidrio, cámaras aislantes, alabastro grueso. Ha sido una enorme aventura (todavía no acabada) construirla, pero los arquitectos estamos (entre otras cosas) para eso: solidificar las ideas informes en materia.
A veces aparece como agua solidificada (hielo), a veces las vetas internas del material forman dibujos vegetales.
Las ventanas son muy sofisticadas: Bronce y Madera. En la planta baja, recogiendo todas las aberturas un gran muro de bronce. Todo esto construido dentro de un durísimo marco de perfección diabólica que los hace irrepetibles y fuera del tiempo.
Los interiores del Hall de acceso, la parte más monumental y pública del edificio, despliegan la metáfora del fósil aplacando piedras y trozos de árboles. El artista checo P. Kvicala ha pintado un gran techo. De él, entre otras cosas, me interesa su forma de ejecución: pintar a mano un techo de más de 200 m² está en la lógica ahistórica del edificio.
El jardín es muy simple: los pavimentos duros marcan las líneas de circulación, el resto son simplemente gravas o plantaciones de pequeños arbustos y tapizantes, escogidos por ser especies prehistóricas.
El sitio concreto en donde debíamos construir me produjo un gran impacto. Era el interior de un Parque, con un nombre bello y para mi próximo: el Parque de las Víctimas del Fascismo.
Pero hablar de Parque no hace justicia al lugar. No es el típico espacio urbano amable con naturaleza más o menos domesticada y niños jugando. Es un bosque salvaje, con árboles centenarios enormes que incluso en verano no dejaban pasar la luz del sol hacia el suelo. Con una manipulación mínima, lleno de misterio y de accidentes que se referían a la dramática historia de Europa: una patrulla francesa caída en las guerras napoleónicas enterrada, con sus túmulos recubiertos de hiedra y dispuestos con estricto orden jerárquico, un monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial semiabandonado...
Adolf Loos defendía la tumba como la máxima expresión de la arquitectura. Aquellos túmulos eran ya un indicio. Y los grandes árboles eran una referencia real. Vistos como edificios eran impresionantes: raíces (partes enterradas que penetraban en el suelo), el tronco, las grandes copas.
Como conducido directamente por una fuerza misteriosa inmediatamente encontré otro lugar fascinante: el Museo de Paleontología de la ciudad. En sus inmediaciones, como reclamo publicitario, unos cuantos árboles petrificados anunciaban su contenido. La disposición del museo, que no debía haber cambiado mucho desde el siglo XIX, seguía la lógica del enciclopedismo racionalista de la tradición de Humboldt y explicaba esa alquímica transformación que conduce a la materia viva, orgánica hacia la inerte condición pétrea, inorgánica.
Su catálogo, bellísimo, lleno de imágenes de alto potencial artístico nos ha acompañado a lo largo de todos estos años.
Nuestro destino quedó así fijado: debíamos pensar un edificio que fuera como un árbol, pero un árbol petrificado, que se hundiera en el suelo, anclándose en él (la caja fuerte tradicionalmente se escondía en la tierra), que tuviera una forma variable respecto al cielo y en el que la dureza inorgánica de la piedra fuera puesta en tensión, en algunas partes, por la exhibición de una otrora estructura vegetal solidificada (el onyx y el alabastro aparecieron inmediatamente como posibilidades).
En alemán construcción (bau) y árbol (baum) tienen la misma raíz. Eran demasiados indicios como para no seguirlos.