Desde que la pandemia se instaló en Madrid y obligó a la gente al confinamiento, el fotógrafo Clemente Bernad ha realizado a diario el mismo ritual: cruzar el umbral de su puerta, recorrer la ciudad, fotografiar lo que en ella encuentra y regresar a casa con imágenes del exterior.
Esta práctica, que en un contexto normalizado no tendría mayor relevancia, se convierte en estos momentos en una especie de viaje al inframundo.
Las calles que hoy transita Bernad no son las de ayer. Aunque parezcan las mismas, hay una atmósfera que ha transformado un ámbito familiar en un lugar extraño.
Observamos esa extrañeza al ver espacios habitualmente llenos convertidos en zonas por completo vacías, como si el tiempo de una larga noche hubiera anidado en las entrañas de la ciudad y no la soltara.
El fotógrafo camina por paisajes conocidos como si estuviera pasando por un arrabal o un callejón oscuro, un territorio donde los límites y las distancias se desdibujan y se vuelven amenazantes. Es por eso que cruzarse con alguien bajo este estado de ánimo genera síntomas de sospecha y miedo, movimientos corporales hacia el repliegue o la huida.
La ciudad convertida en umbral
En esta situación se huye o se deambula, pero nunca se pasea. Y deambulan aquellos que quedan cuando ya no queda nadie, los que viven arropados entre cartones, con las puertas de su rellano siempre abiertas. Cuerpos solitarios que en una urbe vacía recuerdan a los restos de un naufragio. Junto a esos cuerpos, los otros, los que flotan en el asfalto también sin destino, aquellos guantes que primero sirvieron para salvarnos de nosotros mismos y que ahora, abandonados y mutilados sobre las aceras, evocan a todos los cadáveres sin duelo que está dejando esta pandemia.
El fotógrafo los examina con detenimiento, encontrando en ellos la forma precisa para representar un dolor que pueda ser visto y compartido… lejos de cifras y de números. Entre seres invisibles, enmascarados, deambulantes, abandonados vaga Clemente Bernad como un fantasma que merodea por esa especie de atmósfera o laguna estigia en la que ha quedado convertida la calle en esta muestra virtual, comisariada por Jorge Moreno Andrés.
Un fotógrafo interroga al mundo preguntándose por sus apariencias en cada encuadre que hace, en cada foto que toma. Como el poeta, persigue una forma que atraviese la frontera de lo aparente para encontrar lugares desde donde divisar imágenes que, paradójicamente, nos permitan ver aquello que acontece y nos rodea, pero que no vemos (ahora menos que antes, constreñidos a permanecer dentro de nuestras casas).
Esa ha sido justo la tarea de Bernad en el trabajo que aquí nos muestra: asomarnos al umbral. Sin embargo, volver del inframundo con la cámara llena de escenas que sirvan para orientarnos en la oscuridad es un trabajo doloroso del que con dificultad se sale indemne. Cuando regresa, cruzando las últimas calles de vuelta a casa, nadie le devuelve la mirada. Tiene entonces la tentación de buscarse en el espejo para confirmar su existencia. No es un espectro más, pero podría llegar a serlo.
Se vislumbra y dispara la cámara sobre su propio cuerpo reflejado en los escaparates. El vacío le devuelve una versión deformada de sí mismo, un yo fantasmagórico, solitario, sin comunidad… algo que parece definir al sujeto que transita en estos días por una ciudad desolada.
Esta práctica, que en un contexto normalizado no tendría mayor relevancia, se convierte en estos momentos en una especie de viaje al inframundo.
Las calles que hoy transita Bernad no son las de ayer. Aunque parezcan las mismas, hay una atmósfera que ha transformado un ámbito familiar en un lugar extraño.
Observamos esa extrañeza al ver espacios habitualmente llenos convertidos en zonas por completo vacías, como si el tiempo de una larga noche hubiera anidado en las entrañas de la ciudad y no la soltara.
El fotógrafo camina por paisajes conocidos como si estuviera pasando por un arrabal o un callejón oscuro, un territorio donde los límites y las distancias se desdibujan y se vuelven amenazantes. Es por eso que cruzarse con alguien bajo este estado de ánimo genera síntomas de sospecha y miedo, movimientos corporales hacia el repliegue o la huida.
La ciudad convertida en umbral
En esta situación se huye o se deambula, pero nunca se pasea. Y deambulan aquellos que quedan cuando ya no queda nadie, los que viven arropados entre cartones, con las puertas de su rellano siempre abiertas. Cuerpos solitarios que en una urbe vacía recuerdan a los restos de un naufragio. Junto a esos cuerpos, los otros, los que flotan en el asfalto también sin destino, aquellos guantes que primero sirvieron para salvarnos de nosotros mismos y que ahora, abandonados y mutilados sobre las aceras, evocan a todos los cadáveres sin duelo que está dejando esta pandemia.
El fotógrafo los examina con detenimiento, encontrando en ellos la forma precisa para representar un dolor que pueda ser visto y compartido… lejos de cifras y de números. Entre seres invisibles, enmascarados, deambulantes, abandonados vaga Clemente Bernad como un fantasma que merodea por esa especie de atmósfera o laguna estigia en la que ha quedado convertida la calle en esta muestra virtual, comisariada por Jorge Moreno Andrés.
Un fotógrafo interroga al mundo preguntándose por sus apariencias en cada encuadre que hace, en cada foto que toma. Como el poeta, persigue una forma que atraviese la frontera de lo aparente para encontrar lugares desde donde divisar imágenes que, paradójicamente, nos permitan ver aquello que acontece y nos rodea, pero que no vemos (ahora menos que antes, constreñidos a permanecer dentro de nuestras casas).
Esa ha sido justo la tarea de Bernad en el trabajo que aquí nos muestra: asomarnos al umbral. Sin embargo, volver del inframundo con la cámara llena de escenas que sirvan para orientarnos en la oscuridad es un trabajo doloroso del que con dificultad se sale indemne. Cuando regresa, cruzando las últimas calles de vuelta a casa, nadie le devuelve la mirada. Tiene entonces la tentación de buscarse en el espejo para confirmar su existencia. No es un espectro más, pero podría llegar a serlo.
Se vislumbra y dispara la cámara sobre su propio cuerpo reflejado en los escaparates. El vacío le devuelve una versión deformada de sí mismo, un yo fantasmagórico, solitario, sin comunidad… algo que parece definir al sujeto que transita en estos días por una ciudad desolada.