Este libro, editado por La Fábrica, acompaña a la exposición homónima que se podrá visitar hasta el 27 de agosto en el Museo Lázaro Galdiano, dentro de la Sección Oficial de PHotoESPAÑA 2017.
La obra reúne más de 90 fotografías pertenecientes a la colección particular del pintor, y ofrece la oportunidad de mirar la fotografía a través de sus ojos. Eduardo Arroyo se confiesa un apasionado de la fotografía, y rinde con su colección un homenaje a este arte en el que siempre ha mirado como fuente de inspiración.
Como señala Fabienne di Rocco, comisaria de la exposición, en el texto que introduce las imágenes del libro:
"Desde siempre, la fotografía despierta la curiosidad de los artistas, quienes la recortan cuando viene reproducida en periódicos o revistas o la compran en papel baritado al albur de los mercadillos; la fotografía les llama la atención, estimula su reflexión, alimenta su imaginación”.
Entre el casi centenar de fotografías en blanco y negro que recoge el libro aparecen imágenes de fotógrafos consagrados, como Cristóbal Hara o Ramón Masats, junto con imágenes de fotógrafos de estudio, otras procedentes de agencias de noticias o de fotógrafos anónimos que Arroyo encontró en mercadillos o recortó de periódicos y revistas.
Su colección se convierte así en una biblioteca fotográfica en la que reúne temas que le interesan e inspiran, como el circo o el teatro. Una selección de imágenes que se convierte en sí misma en una obra de arte.
Como el propio artista señala, “se trata de una historia surrealista y surrealizable que da la idea de una colección y una pasión”.
Para Arroyo, cada foto es una “novela”, un pequeño relato sobre el que se podría escribir, sobre todo en las imágenes anónimas en las que la ausencia de referencias e influencias deja un espacio ilimitado a la imaginación. Estas fotografías anónimas son las que Arroyo rescata con mayor interés.
“No se trata de mera acumulación, sino de una selección de imágenes notorias, sean reconocidas o anónimas”, afirma.
Al artista le interesan especialmente aquellas fotografías encontradas en mercadillos que pertenecen a familias anónimas, y que portan consigo el misterio de por qué han llegado allí. Como señala Di Rocco:
“Hallados en los rastros, los álbumes de familia abandonados, dispersos tras una sucesión difícil, se transforman en objetos que nos emocionan, que emanan una melancolía que nos lleva a compartir la mirada de Susan Sontag, quien considera cada foto como un memento mori, ya que cada una de ellas estampa su firma en el fluir del tiempo.”