“(Yo) ayudaba a desarrollar los proyectos con desigual fortuna, creyendo haber dado con la solución perfecta al hotel perfecto –era un hotel en Isla Margarita– hasta que, por fin un día, Fernando se dignó salir de su despacho de buen humor y con ganas, se sentó junto a mí y me dio la mayor lección de arquitectura que recuerdo, deshaciendo primero por completo mi trabajo ante mis atónitos ojos y recomponiéndolo a continuación –todo en no más de 20-25 minutos– hasta proyectar un hotel asombrosamente perfecto y complejísimo espacialmente, dibujando a mano bocetos elementales pero muy bellos de los que, solo tras varias semanas de restituir aquello, pude comprobar anonadado su increíble precisión. Un verdadero mago, cuya facilidad infinita quizá fuese, a la postre, su peor enemigo –esto no lo digo yo, lo dijo Alejandro de la Sota, otro de los grandes de entonces, y de siempre, en las antípodas de Fernando en todo, ambos de la madera de la que solo están hechos los que tienen grandeza infinita– ”.
Fernando Higueras pertenece a una generación de arquitectos madrileños que tenía conciencia de participar en un proceso renovado de la arquitectura española, no reconocía límites a su actividad arquitectónica y carecía de la memoria histórica de la generación que había elaborado las propuestas del Régimen en los años 40. Se trata de un relevo generacional marcado por las nuevas necesidades de apertura del Régimen Franquista y por las tentativas del sector cultural de reformar posiciones en el contexto de un proceso político sin expectativas de cambio. Por lo tanto, si hablamos de estilo, el suyo se podría clasificar de realismo, según los autores de la exposición. Las demandas de la reconstrucción, las propuestas de colonización de nuevos territorios y la reorganización social, llevaron a Madrid a proponer y realizar actuaciones de gran escala.
En ese momento y contexto, surge la arquitectura de Higueras que relaciona naturaleza y arquitectura. “He aprendido mucho de la arquitectura popular anónima, ya que es una infinita fuente de lecciones. Siempre he apreciado en esta la naturalidad, la adecuación, el orden y la funcionalidad, la lógica, la economía, además de la disciplina y la diversidad combinadas y armonizadas en un nivel que difícilmente encuentro en la arquitectura contemporánea”, afirmaba Higueras.
En 1960 Fernando Higueras realiza el primer trabajo con el concepto de la vivienda, tras participar en e l concurso para el Premio Nacional de Arquitectura, convocado bajo el tema Diez residencias de artistas en el Monte de El Pardo. Este trabajo se publicó en múltiples revistas, nacionales e internacionales. Las viviendas de artistas se convirtieron pronto en una de las constantes fundamentales de su obra. Su idea de arquitectura para habitar responderá a razones de economía de recursos materiales, de costes de ejecución y plazos, pero estará siempre impregnada de aspectos relacionados con el bienestar, con las sensaciones placenteras más elementales, y también con el mundo de los sueños de sus clientes: desde la casa de César Manrique, pasando por las de Lucio Muñoz, el guitarrista Andrés Segovia, La Macarrona, Nuria Espert o su propia casa subterránea, un claustro materno terrestre iluminado cenitalmente al que llamaría el “rascainfiernos”.
En 1961 consigue el Premio Nacional de Arquitectura con su proyecto para el Centro de Restauraciones Artísticas, ‘La Corona de espinas’, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en colaboración con Rafael Moneo y Luis Roig d’Alós. Una obra definitiva en su trayectoria será la construcción del Colegio Estudio en Aravaca (1962), de donde parten todos los invariantes de arquitecturas posteriores. En este colegio empieza a desarrollar sus propuestas de diseño de mobiliario e interiorismo, que seguirá ampliando en toda su obra.
La intervención más ajustada a la realidad social del momento de Higueras en esta etapa son las viviendas para la Unidad Vecinal de Absorción en Hortaleza (1963), un exponente característico de la actuación pública en materia de vivienda de primera necesidad. El proyecto de las Viviendas para el Patronato de Casas Militares (1967-1975) en la Glorieta de Ruiz Jiménez de Madrid es un caso particular del planteamiento de arquitectura para habitar. La manzana original fue transformada en una modalidad peculiar de propuesta urbanística en la que todos los requerimientos encontraban respuesta: fachadas públicas para vías abiertas, conexión de tráfico y usos de aparcamiento, vía interior de tráfico y zona ajardinada.
En 1963 recibe el encargo de un Plan de ordenación y urbanización en Playa Blanca, en el sur de Lanzarote. Viaja a la isla junto a César Manrique y encuentra una riqueza de elementos naturales para el desarrollo de su trabajo que le llenan de entusiasmo: La Geria, con su picón y el verde de la vid, playas negras, paisaje lunar lleno de volcanes, el color de las aguas, etc. Su propuesta de respeto absoluto al entorno se traduce en la no intervención en el paisaje. Más tarde realizaría sus planteamientos para la Ciudad de las Gaviotas en el Risco de Famara y de Montaña Bermeja y la obra maestra del Hotel Las Salinas en Lanzarote, referente turístico de arquitectura al borde del mar. Sus trabajos en la isla y en la Costa del Sol alcanzarían gran repercusión mediática e influirían en la plástica arquitectónica del momento dentro y fuera de nuestro país. Además, en 1969 fue invitado por el Principado de Mónaco al concurso internacional restringido de un Edificio polivalente en Montecarlo.
En 2001 se deshace el gran estudio de la avenida de América, 14, y lo traslada a su vivienda, el ya popular “rascainfiernos”. Son años de creatividad con proyectos tan atrevidos como su propuesta para la Zona Cero de Nueva York o el Rascacielos horizontal para Shanghái. En 2007, Fernando Higueras constituye la fundación que lleva su nombre y que desde entonces mantiene vivo su legado.