Cinco cajas de medida y altura variable se insertan en la falla del terreno y alojan diversos elementos de la colección: obra en papel, los estudios para los vitrales de la Abadía de Conques, y algunos cuadros escogidos. Otra de estas cajas forma el acceso y la sala de exposiciones temporales adyacente y una última, ubicada en el extremo este, casi exenta, la última pieza del museo en dirección al centro, aloja un restaurante dirigido por Sébastien y Michel Bras, ubicado a cota de la ciudad.
Tres de estas cajas quedan insertas en el interior de la gran sala que forma el espacio expositivo, extendida desde el extremo oeste del edificio hasta el volumen de acceso. La estructura primaria de la sala consiste en una serie de jácenas de hormigón dispuestas cada 1,80 metros que dejan un ventanal abierto a norte estricto, donde están el paisaje y las vistas, que aprovecha los pilares metálicos que soportan las jácenas como montantes, formados por vidrios enteros sin traveseros, que tienen su eco en el pavimento de acero de la sala, que proyecta bajo cada jácena una pletina bajo la cual se pueden practicar una serie de perforaciones para extender cables de techo a parte inferior de la jácena, ya preparada a tal efecto para poder colgar obras exentas: el propio sistema estructural regala la flexibilidad expositiva y el sistema lumínico sin transición. Las cajas, de estructura de hormigón se forran exteriormente de placas de acero corten y, al interior, aparecen brillantes, pulidas, dejando las aguas del acero a la vista formando unos patrones a la vez uniformes y variables, tan naturales que ninguna ornamentación aplicada podría imitar. Sobre estas paredes las obras se han de colgar con imanes.
La sala queda más baja de techo en su extremo enterrado (a sur), ya que se dispone encima de ella una banda con talleres y oficinas de administración iluminada y ventilada por una vidriera protegida por una banda de pletinas de acero que forma el zócalo del edificio al parque. La variabilidad de alturas de techo regala una multiplicidad de modos de percibir la obra y, sin afectar a las características del espacio expositivo, lo vuelve más complejo provocando (sin necesidad de ningún artificio) una multiplicidad de sensaciones muy poderosa.
Al interior de las cajas encontramos el mismo sistema estructural, girado aquí noventa grados, acompañado del mismo sistema de pavimentación (realizado con el mismo material) para poder colgar obras en el interior de las cajas del mismo modo. El sistema de cielos rasos está basado en una expresión directa de la estructura y, en el interior de las cajas, ciegas, se practica un lucernario en cada intersticio estructural. La luz natural está, pues, presente en todo el edificio, no usada para iluminar directamente las obras sino como un modo de sensibilizar el edificio al paso de las horas. Luz, en el interior de las cajas, es reposo, altura de techo, definición del espacio a partir de sus límites geométricos. Es la precisión del módulo y de la estructura. Luz, en el exterior de las cajas, es contraluz. La vidriera nos conecta con el cielo, con las montañas lejanas pasando, gracias a su zócalo más alto que la altura de la vista de una persona, sobre la ciudad. Luz es relación con los elementos y con la naturaleza. Luz es un respiro entre obra y obra.
El exterior del edificio, mirado desde la carretera inferior, es una expresión directa de este sistema expositivo: las cajas sobresalen por delante y por encima del volumen más neutro de la gran sala, caracterizado por su sistema de pilares con vidrio inserto. Cada una de las cajas se cubre a toda altura con acero: planchas de 8-10mm de grueso siguiendo el módulo de 1,80 propio de toda la construcción, con tan sólo seis milímetros de junta para alturas que llegan a los 14 metros: un sistema constructivo tan preciso y complejo que fue realizado por una empresa de Olot ante la imposibilidad de que una empresa francesa lo realizase. Las cajas, allá donde superan la pendiente del terreno, se proyectan en voladizo más allá del límite del edificio contra el paisaje.