Un agurmentario cotidiano, elementos visuales que pueden parecer confusos o un sentido irónico en el que yuxtapone objetos e ideas inconexas que contrastan con la seriedad en la narración visual de otros fotógrafos.
Incorporando un repertorio banal, como una sombra arrojada sobre un cuerpo desnudo, un escaparate que nos muestra un doble reflejo, el caos de señales urbanas y sus anuncios mediáticos, el cuerpo desnudo de Madonna cuando no era conocida, personajes solitarios, amigos, segregación racial estadounidense, autorretratos, incluso su salida de la UCI,… se construye la narración personal de lo cotidiano en las últimas seis décadas del fotógrafo Lee Friedlander (Aberdeen, EE.UU., 1934).
Friedlander contrarresta los ideales de la práctica moderna mirando hacia la cultura popular en busca de inspiración, de forma parecida a como lo hacía el arte pop, rompiendo así los medios de representación tradicionales.
La Exposición
Años sesenta
Durante los años sesenta, los trabajos por encargo obligan a Friedlander a viajar por todo el país, lo que redunda en su trabajo más artístico. Realiza numerosos retratos de músicos de jazz por encargo de Marvin Israel, director de la discográfica Atlantic Records, las únicas muestras de fotografías a color que encontramos a lo largo de toda su trayectoria, así como otros proyectos más personales. Es el caso de The Little Screens. Un conjunto que pertenece (exceptuando una de ellas) a las Colecciones Fundación MAPFRE y en el que aparecen elementos que serán recurrentes a lo largo de su trabajo como es la unión de objetos dispares que en su asociación generan ironía y humor.
Incorporando un repertorio banal, como una sombra arrojada sobre un cuerpo desnudo, un escaparate que nos muestra un doble reflejo, el caos de señales urbanas y sus anuncios mediáticos, el cuerpo desnudo de Madonna cuando no era conocida, personajes solitarios, amigos, segregación racial estadounidense, autorretratos, incluso su salida de la UCI,… se construye la narración personal de lo cotidiano en las últimas seis décadas del fotógrafo Lee Friedlander (Aberdeen, EE.UU., 1934).
Friedlander contrarresta los ideales de la práctica moderna mirando hacia la cultura popular en busca de inspiración, de forma parecida a como lo hacía el arte pop, rompiendo así los medios de representación tradicionales.
La Exposición
Años sesenta
Durante los años sesenta, los trabajos por encargo obligan a Friedlander a viajar por todo el país, lo que redunda en su trabajo más artístico. Realiza numerosos retratos de músicos de jazz por encargo de Marvin Israel, director de la discográfica Atlantic Records, las únicas muestras de fotografías a color que encontramos a lo largo de toda su trayectoria, así como otros proyectos más personales. Es el caso de The Little Screens. Un conjunto que pertenece (exceptuando una de ellas) a las Colecciones Fundación MAPFRE y en el que aparecen elementos que serán recurrentes a lo largo de su trabajo como es la unión de objetos dispares que en su asociación generan ironía y humor.
De esta época son también sus primeros viajes por Europa. Por primera vez se exponen una selección de once fotografías realizadas en España en 1964.
Años setenta y ochenta
Durante los años setenta Lee Friedlander depura su lenguaje y las yuxtaposiciones de las anteriores fotografías disminuyen, en una organización del espacio que resulta menos caótica: Albuquerque, Nuevo México, 1972, es un buen ejemplo, pues en esta imagen todos los objetos se contemplan con la misma nitidez.
Una de las características relevantes de la obra del artista, es la subversión de las reglas de la fotografía, un aspecto se hace especialmente evidente en The American Monument, 1976, uno de sus proyectos más conocidos, pero también en los desnudos y autorretratos, así como en las fotografías familiares. Estas últimas, a las que Friedlander otorga un especial cuidado y atención, son imágenes que aparentemente podrían haber sido tomadas por cualquiera de nosotros, pero muestran el mayor cariño y respeto, lo que no quiere decir sentimentalismo. Maria, Las Vegas, Nevada, 1970, es una de las imágenes más conocidas de su esposa, con la que convive desde hace más de sesenta años.
Años noventa
A principios de la década de mil novecientos noventa, el artista cambia su cámara de pequeño formato por una Hasselblad cuando se interesa por fotografiar el paisaje americano, lo que le permite seguir trabajando en los temas que le interesan, pero con mayor amplitud de campo. Gracias al nuevo formato es capaz de abarcar espacios más grandes y los motivos parecen ganar entidad y cuerpo.
De este período son también distintos proyectos que realiza por encargo, como Factory valleys, 1982, en el que documenta la zona industrial del valle del río Ohio, pero centrado en este caso, en los trabajadores en el momento de realizar su labor. De similares características es la serie de Omaha, Nebraska, 1995; en este caso fotografías de gran formato centradas en las cabezas de los teleoperadores protagonistas de las composiciones.
Años dos mil y dos mil diez
La nueva dimensión del espacio que ofrece la cámara Hasselblad hace que la cercanía del fotógrafo con los motivos que representa y de estos con el espectador sea cada vez más evidente. Así ocurre en las imágenes que conforman el libro America by Car, publicado en 2010. Un trabajo de dos años de duración en el que recorre cincuenta estados del país en coches alquilados. El resultado son fotografías que incluyen sombras, volantes, salpicaderos o retrovisores entre los que se cuelan puentes, monumentos, iglesias, moteles o bares llevando al extremo la complejidad de las composiciones a partir de una técnica en realidad muy sencilla: el marco –del parabrisas o de la ventanilla- dentro del marco –de la cámara de fotos-.
Para la serie Maneqquin, de 2012, Friedlander rescata su Leica de 35mm. En esta ocasión vuelve a las ciudades de Nueva York y Los Angeles y juega una vez más con los reflejos de los edificios y de los viandantes en los escaparates. En el interior de estos, uno o varios maniquís se exhiben en distintas poses, casi como si fueran modelos de carne y hueso. A pesar del tema escogido, no hay que considerar estas imágenes as una crítica explícita al consumismo, tampoco una copia de fotografías anteriores, sino una reflexión sobre su obra, algo que, por otra parte, Friedlander hace constantemente, para que el espectador también reflexione con él.