Pero en esta serie, aunque indudablemente el volumen existe, no se trata de eso. En palabras del propio artista: «es una vuelta a la escultura clásica». Y realmente, al ver esta serie de variaciones en la propia superficie de la escultura, uno puede entenderlo así. Las estructuras son dinámicas, tienen movimiento, insinúan el propio escorzo a través de las torsiones de la madera en combinación con la imagen. Es, al fin y al cabo, una revisitación, un regreso hacia las claves de la escultura clásica helénica, a través de una odisea contemplativa que refleja los propios conflictos internos del artista, el afán de investigación, de llevar el espíritu de su obra más allá.
Nueva York aérea, 120x120x15 cm. «Variaciones en la superficie» por Isidro Blasco. Cortesía de Isidro Blasco.
Al mismo tiempo, e introduciendo el concepto anterior de los «-ism», la obra de Isidro Blasco se acerca hacia el cubismo en su etapa más críptica. Las estructuras, antes respetadas y reconocibles, las ciudades infinitas, los planos picados, los edificios levantados, las calles, las plazas y las personas, pierden toda definición. Los colores se vuelven preeminentemente negativos. El tema de la alteración de los colores en la obra de Blasco, que en pasadas conversaciones con el artista hablaba sobre la subjetividad de la memoria del propio espectador, pasa, al igual que en una escultura griega a la policromía por el mero hecho de la ornamentación. La búsqueda de la estética más allá de la forma. La alteración de la realidad a favor de la expresión en una suerte tintes que se acercan mucho a la abstracción a través del color y el contenido de la imagen. De igual forma, las estructuras, antes ordenadas y reconocibles pierden toda lógica.
Subida de Belmonte (detalle), 217x177x37 cm. «Variaciones en la superficie» por Isidro Blasco. Cortesía de Isidro Blasco.
Nos vemos del revés en el mundo de Isidro, sin poder recorrer como antes sus esculturas. El orden se desvanece para dar paso a un fenómeno mucho más singular: el descubrimiento. La no evidencia de la imagen excita la imaginación del espectador, que se descubre inclinándose, torciendo el cuello, agachándose, entrecerrando los párpados, imitando la torsión y el movimiento de el objeto contemplado. ¿Es quizás esta serie de Isidro Blasco una escultura sobre el espacio onírico? Es, tal vez, la consecución de una escultura surrealista.
Se ha llegado de nuevo a los valores más clásicos de la escultura, pero, al igual que Ulises en la Odisea homérica, Blasco nos trae una escultura transformada. Es el camino de todos estos siglos, de la experiencia del propio artista, la que trae en red de arrastre todo este cambio. La evolución de los conceptos e ideas supone, si uno se dedica al arte de corazón, algo inevitable.