Nacemos, crecemos, nos desarrollamos, nos reproducimos y morimos. Eso que desde pequeñita estudias en los libros de conocimiento del medio estaba empezando a fallar. Había nacido ya hacia veintiséis años, había crecido en unas condiciones inmejorables pero mi desarrollo se estaba entorpeciendo. La situación actual en España no era la que mas acompañaba, y eso no podía convertirse en una excusa, así que, apenas tres meses de ser arquitecta tome la decisión: Asia. El gigante asiático había ya emprendido la más rápida urbanización de la historia, un objetivo para el que no parece haber obstáculo lo suficientemente grande.
Y…aquí estoy. Puedo confirmar que son miles de millones, que se preocupan porque su economía crece solo al 8% y no al 11% como el año anterior, que tienen los ojos pequeñitos y que su próximo objetivo es construir el edificio más alto del mundo en tan solo noventa días. ¡A parte de eso, se parecen bastante a nosotros, llegan tarde, se toman dos horas para comer y hasta se echan la siesta!
Aterrice a principios del mes de noviembre donde toda la ciudad estaba repleta de voluntarios, también conocidos como "Brazaletes Rojos", que refuerzan la seguridad durante los importantes eventos políticos nacionales, donde las manillas de las ventanillas de los taxis y autobuses habían sido retiradas para evitar que por ellas se tirase propaganda de otros partidos y en el que conseguir una buena conexión de internet para entrar al gmail o cualquier página no china, se había convertido en una odisea puesto que los cortafuegos estaban funcionando a un 200%. Era el ojo que todo lo ve, la preparación para el cambio de gobierno chino con Hu Jintao como nuevo presidente y esto me daba una idea de lo que aquella experiencia iba a ser. Welcome to China.
Las calles se teñían de blanco tras las continuas nevadas y los -15 grados nos convertían a todos iguales, con los rostros tapados y corriendo a cobijarnos en algún hutong con encanto donde la camarera se queda esperando en tu mesa hasta que decides lo que vas a pedir y pasados diez segundos te lo trae sin apenas mirarte a la cara. Lo bueno de aquí es que no hay que dejar propinas. Las mañanas en que el cielo se tiñe de azul, se hacen apuestas en el estudio para ver si ha sido una ventisca natural o ha sido cosa del gobierno, que, por la noche mientras todos dormíamos habían bombardeado las nubes para esparcir sustancias químicas que provoquen las lluvias y despejen la ciudad de su manto amarillo y conseguir que en apenas doce horas se reduzcan los niveles de contaminación en un 80%.
Las semanas previas al año nuevo chino suponen un aumento de la producción, ya que durante diez días todas las fábricas se paralizan, así que hay que producir todo por adelantado. Las chimeneas de carbón de las fábricas expulsan humo las 24 horas del día y en las calles la venta de pólvora se dispara. Montan tenderetes, como si de ferias se tratasen en plena calle, con cajas de petardos y fuegos artificiales a precios disparatados para los sueldos que la sociedad china (de los 1000 rmb para arriba). Entienden los fuegos como símbolo de poder y riqueza, cuanto más coloridos, horteras y molestos sean mejor, así que…empecé a temblar para lo que me esperaba la semana del 10 de febrero, y, efectivamente, no decepcionaron. A todas horas del día y en cantidades disparatadas. Calles cubiertas de pólvora y chinos recogiéndolas para que los tres minutos llegasen otros a ocupar el hueco que quedaba en la calle para tirar sus petardos.
Pekín, es una parte pequeña de china, pero en cuatro meses que llevo aquí, creo que puedo distinguir en las diferentes clases de chinos que hay, y ninguno me desagrada.